A prueba de balas, no de corrupción

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Hubo quien adivinó en Michel Platini al futuro dueño del fútbol mundial. El que fuera uno de los jugadores más destacados de su era y uno de los mejor considerados de la historia de este deporte había dado el salto a los despachos en 1988, tan sólo un año después de su retirada como profesional. Su escalada por los pasillos, por entonces sólida y regular, le llevó al Comité Ejecutivo de la FIFA en 2002, y desde entonces su nombre fue siempre unido al de la jefatura global balompédica, ordenada por un Joseph Blatter que parecía inabordable. Pero llegó Qatar, y cayeron juntos. En el marco de las múltiples investigaciones que la propia FIFA, la justicia estadounidense y la suiza activaron para dirimir responsabilidades penales entre segundos espadas menos hábiles en el fecundo arte de la usura, una luz alumbró un rastro de parné sospechoso que dio con la inhabilitación de ambos. Blatter, agotado y enfermo, peleó algo menos su defensa y prefirió, en su lecho de muerte política, acudir a los medios a limpiarse las solapas de ponzoña institucional: Platini, que vio frustrada su fantasía, sujetó fuertemente su vergüenza, plantó a la FIFA en la audiencia donde se le comunicaba su sanción por ocho años y al final, entre pitos y flautas, logró reducir la condena a la mitad. Pero su pesadilla podría no haber hecho más que empezar.

Platini tuvo a finales de 2010 la oportunidad manifiesta de luchar, como siempre dijo que haría, por el bien global del fútbol. Este tipo de eslóganes son habitualmente un pozo de decepciones, y no iba a ser esta una ocasión excepcional: depositó su confianza en Rusia y Qatar, luego ganadores en las votaciones para organizar los mundiales de 2018 y 2022. Hasta que no se hizo público que Putin le había regalado un cuadro de Picasso y que Sarkozy le había invitado a comer con un príncipe qatarí, lo más reluciente en el timeline de Platini eran sus incontestables logros como jugador. Pero el mundo tiró del hilo. Le Roi salió airoso de la primera acusación, aunque el otro asunto le cayó en la nunca con un chasquido que obtuvo ecos impredecibles. France Football, publicación que le encumbrara en sus días como futbolista, dio más detalles de aquella reunión con Sarkozy en la que se habrían cerrado acuerdos en favor del presidente –la creación de beIN, nada menos, para distraerle de la hostilidad de Canal Plus- y sobre todo del PSG, equipo en el que un año después (2011) se invertirían cincuenta millones de euros limpios. Ese fue el mismo año en el que Platini recibió el pago de 1,8M por parte de Blatter en lo que éste defendió como «un pacto entre caballeros» por servicios prestados una década atrás, aparentemente no declarados y en consecuencia, suficientes para imputarle por conflicto de intereses y saltarse cinco artículos del Código Disciplinario. De postre, Platini pidió bloquear cuentas a su nombre en Suiza, pero la fiscalía del país decidió tomárselo a broma.

Cuando se presentó al otro fútbol, Platini se autodeclaró «a prueba de balas», pero nunca se declaró con tanto brío a prueba de corrupción. El tropiezo de Qatar, por quien reconoció votar –arranque de transparencia que dijo acusar en el debate público: qué curiosa esta tendencia del maleante a ponerse el disfraz de víctima-, le ha dejado entre otras cosas sin la inminente Eurocopa de su país, cuyo trofeo entregará Ángel María Villar en calidad, valga el oxímoron, de presidente en funciones, una figura que la propia UEFA se ha negado a reconocerle en reiteradas ocasiones debido a que su nombre también aparece, y de qué manera, ligado a la vergüenza emiratí. Cegado por la ambición, mal asesorado, peor defendido y en definitiva, arrinconado contra sí mismo, Platini ha presenciado cómo Gianni Infantino, que fue durante años considerado su delfín pero que se ha erigido en un tiburón más blatterista que Blatter, se hacía con el vacío de poder en el trono que él se había reservado. Después apareció en los Papeles de Panamá como administrador de una empresa, Balney Enterprises Corp, cuya inocencia también tuvo que defender con su sangre. Y recientemente, desnortado y en cólera, ha recibido la noticia de que la justicia francesa se reservará nuevas investigaciones sobre las pistas incriminatorias que le tienen a él como epicentro dentro del marco del menudeo con el dinero qatarí. Perderse su Eurocopa ha sido quedarse sin merienda, pero todavía pueden mandarle a su cuarto sin cenar. Y entonces sí que casi nadie le recordará por la cantada de Arconada en el 84.

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