50 días aplaudiendo

Hay quien opina, y con cierto cansancio, que la flojera de los aplausos va marcando el final de la resistencia del ciudadano de balcón. Son mecanicismos de crisis: solidaridad, recuerdo, apoyo, lucha, colectividad. Valores por los que cualquier político mataría, quizá no literalmente, por atribuir a su causa. Durante los 50 días que España ha salido por las tardes a reconocer a los esenciales, el Gobierno no ha escatimado en lustrar su propia victoria. Tal es la certeza que tienen del éxito de su gestión que ni siquiera ven necesario decretar luto nacional, dado que 25.000, 40.000 o 100.000 muertos serán números asumibles teniendo en cuenta que nunca se ofrecieron a calcular un estimado de desaparecidos consecuencia directa de su impericia administrativa y su terquedad -o dependencia- ideológica. Tras 50 días aplaudiendo, toda España disfruta ya de sus primeros premios: libertad por horas, peluquería con cita previa, empleos suspendidos con porcentaje del sueldo a cargo del contribuyente, un guiñol político casi sin precedentes en democracia. Todas las cosas con las que soñamos en los delirios pre-electorales, consumado bajo el fofo mando socialista. Como en la inimaginable distopía amarga de Houellebecq, Sumisión.

/ ESPECIAL CORONAVIRUS

Mientras al pueblo se le cansan las manos, el PSOE sigue validando su gestión, redoblando un esfuerzo natural por autoconvencerse. La solvencia con que Pedro Sánchez insistió en que no había plan B al estado de alarma («el plan B es el plan A») lo delató enseguida al borde de su paciencia. No soportan, ni ellos ni sus numerosos dependientes emocionales, que alguien pueda siquiera sugerir que se han equivocado. Pasados dos meses de catástrofe, con todos los pormenores del fracaso desgranados debidamente a diario en los medios libres de observación de la realidad, defienden ránkings, números, capacidades. Han trampeado acuerdos con empresas semi fantasmales a las que han regado con millones de euros, han llegado tarde a absolutamente todo, vaciado sus esfuerzos en batallas aparentemente banales como la de la posverdad -no lo es en absoluto- y cargado con numerosísimas muertes a causa de su omnímoda incompetencia. Aun así pueden permitirse relacionar el éxito del confinamiento en la vecina Portugal a su situación geográfica, «más al Oeste». O contestar a un corresponsal de un medio holandés que preguntaba, oportunamente, por la confianza del Gobierno en su ciudadanía -bastante en entredicho, dado el toque de queda- con un aire soberbio de chauvinismo rancio que además es impostado.

La arrogancia del PSOE en la muerte no representa firmeza, más bien psicopatía


Pero hay más. El PSOE ha pasado descaradamente al ataque. Tras amagar con hacerlo varias veces durante la crisis, casi siempre con el gobierno regional de Madrid como excusa, ha optado por la estrategia definitiva: el chantaje y la amenaza. Sólo un perfil inflado de vanidad sería capaz de revolverse contra las críticas con las peores cifras relativas de la pandemia, particularmente en lo que a desprotección de los sanitarios se refiere. Pese a tener otras alternativas al estado de alarma, un gobierno tan joven (ha cumplido los 100 días respirando coronavirus) necesita probar su robustez ante un pueblo quemado que buscará explicaciones. Señalarse la pechera entre partidos no es muy demencial, forma parte del juguete democrático. Pero advertir que no apoyar el estado de alarma es condenar a España al caos y opositar a responsabilizarse de miles de muertes (lo ha dicho Echenique, que hace esfuerzos notables para ser nombrado miserable del año) es otra cosa. Es, como poco, de una bajeza política atronadora. Eso si en realidad los punteros del Gobierno no están asumiendo, a través de dicha advertencia, su entera responsabilidad en las muertes (mal) contabilizadas hasta el momento. Sería un gran paso: asumir culpa, pedir perdón e hincar la rodilla. Pero esa arrogancia en la muerte no representa firmeza, más bien psicopatía. Si el PSOE quiere llevar al país al extremo, puede hacerlo. Pero el país tiene manos, las ha batido durante 50 días. Más valdría que no olvidaran eso.

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