Dicen los canadienses Joseph Heath y Andrew Potter, para justificar su ausencia de la lucha durante este tiempo, que «cada generación debe librar sus propias batallas». Ambos escribieron hace 15 años Rebelarse vende: El negocio de la contracultura (Taurus, 2004), el libro con el que sin querer metieron el dedo en la llaga de la izquierda contracultural y su fantasmal activismo (los viajes a la India para encontrarse a uno mismo, la alimentación ecológica, la resistencia a toda orden de autoridad…). Rebelarse vende es considerada una de las obras cumbres de la sociología del siglo XXI y por añadidura, una visión imprescindible de cómo se articuló la cultura en manos de la política en la segunda mitad del siglo anterior, con las consecuencias que eso implica en el debate. No en vano, la crítica más plana que ha recibido el libro tiene que ver con una pretendida politización que los autores, profesores (Potter es además doctor) de Filosofía en la Universidad de Toronto, han necesitado negar en más de una ocasión para evitar el manoseo de su fin. Del lado contrario Rebelarse vende ha obtenido similar reacción, sólo que a la inversa: una adhesión casi instantánea de la derecha, que es quien según ellos está hoy en posesión de esa contracultura que hace solamente 15 años, a la hora de publicarse el libro, pervertía la izquierda. Ha pasado mucho desde entonces, todo condicionado por el auge de las nuevas narrativas, el nuevo rincón de debate que las redes sociales sirven a la política, la sobreexposición de los populismos -cuando no fascismos- a ambos lados y sobre todo, la intensificación de los métodos coercitivos que parecían descatalogados pero que rugen hoy con más fuerza que nunca indicándonos cómo vestir, qué decir, qué pensar o a quién (no) tocar. Desde 2004 ha pasado, básicamente, toda una vida:
¿Por dónde empezaría un Rebelarse vende en 2019?
Han cambiado muchas cosas. Para empezar, no hay retórica anti-consumista en este momento: toda la agenda No Logo, Adbusters etcétera contra la publicidad, el branding, la consolidación de lo cool… que motivó nuestro primer libro, se ha evaporado. Estas ideas fueron tomadas muy en serio por la izquierda durante mucho tiempo y ahora han desaparecido. Para la izquierda, la política contracultural ha sido sustancialmente reemplazada por una forma de política de postureo ético, autoconsciencia y políticas de identidad, sobre todo catalizada y propagadas a través de las redes sociales. Si escribiéramos hoy un libro al estilo Rebelarse vende, casi con toda seguridad comenzaría con las mismas suposiciones teóricas básicas: subestimamos seriamente el papel de la búsqueda de status, señalización y los bienes posicionales en nuestra postura política. Pero el contenido y la estructura de ese análisis serían algo diferentes.
En el libro recordáis de dónde vino la inclinación de la política por lo fútil, pero también esbozásteis hasta dónde podría llegar. ¿Nadie tomó nota…?
Tal como lo vemos, Rebelarse vende es sobre todo una obra sobre la historia de las ideas, una genealogía del concepto de contracultura, de cómo surgió a finales de los 50-60 y de su influencia en los movimientos de izquierda y la posterior cultura juvenil. Estábamos tratando de obtener una declaración teórica explícita de las ideas que la generación de nuestros padres había llegado a creer y que habíamos absorbido por ósmosis de la cultura. Esta discusión todavía tiene mucho valor.
¿Alguna profecía autocumplida favorita de entonces?
Una de las críticas centrales del libro es que la izquierda pasa demasiado tiempo centrándose en cuestiones culturales que son relativamente menores o de importancia simbólica, mientras ignora las grandes cuestiones que sí tienen efecto en la vida de la gente, como quién controla el Estado. Tras lanzar el libro obtuvimos respuestas de muchos lectores. De todas las quejas que escuchamos, la que más disgustó a la gente fueron algunas observaciones que hicimos sobre las verduras orgánicas. En particular, hicimos un chiste sobre el precio de los mangos orgánicos que ofendió a mucha gente. Se mencionó una y otra vez. Además, hubo una discusión muy breve sobre el hecho de que los pollos de granja no eran tan de granja, un tipo nos escribió una refutación increíblemente larga. A menudo nos encontrábamos a toda esa gente disgustada, enfadada, insultándonos, diciendo: ¿cómo podéis decir cosas tan horribles sobre los alimentos orgánicos? De todas las cosas que dijimos en el libro, el hecho de que esto sea lo que elijas criticar, ¿no ilustra precisamente la idea de nuestra tesis central? Tratamos de hacer un comentario sobre el estado del proyecto de la Ilustración, ¿y tú vienes a hablar de mangos?
«Es fácil ver la búsqueda de status en el comportamiento de otras personas, mucho más difícil reconocerlo en nosotros mismos»
Qué haríamos sin los indignados…
En términos más generales, hubo una reacción recurrente y bastante divertida en la que alguien se acercaba a nosotros y nos decía algo como «me encantó su libro, su análisis es perfecto, con la excepción de X». Y la excepción siempre fue alguna forma preferida de rebelión o búsqueda de status que ellos consintieron o vieron como genuinamente política. Por ejemplo: «Estoy totalmente de acuerdo con tu opinión sobre el turismo, los productos orgánicos y las compras, pero estás totalmente equivocado sobre el punk rock». Y es gracioso porque demuestra lo ciegos que son a sus propias motivaciones. Es fácil ver la búsqueda de status en el comportamiento de otras personas, mucho más difícil reconocerlo en nosotros mismos.
No es que antes la polarización fuera un extraño, pero hoy parecemos atascados entre extremistas. ¿Con qué intentan convencernos hoy, si no con la publicidad?
Lo que hemos visto desde 2001 es un constante aumento del anti-institucionalismo generalizado, que es una de las motivaciones centrales del proyecto contracultural y que se ha convertido en un rechazo total de la autoridad, la experiencia e incluso la verdad en todo el espectro político pero especialmente en la derecha. Las primeras señales fueron los truthers (¿qué son?) del 11 de septiembre y los contemporáneos de la era Obama, pero hoy en día pueden añadirse a la mezcla el movimiento anti-vacunas, el desenfrenado negacionismo del cambio climático y el abrazo más general a los hechos alternativos o las noticias falsas. Lo que antes se llamaba la “corriente dominante” se ha derrumbado, porque todos han huido a sus propios rincones epistemológicos. Es como si todo el mundo pensara que los demás viven en Matrix, solo que no existe Matrix.
¿Con las redes sociales, entonces?
Internet, por supuesto, desempeña un papel explicativo, pero lo que esto implica es precisamente demasiado complicado para entrar en él. Hay un chiste sobre Black Mirror donde la línea argumental de cada capítulo nace de algo así como «¿cómo podemos ir más allá de los teléfonos móviles?». Y al final todo el debate termina con una especie de: «Ok, como siempre, pero con redes sociales». Por inútiles que sean.
¿Cómo de genuino ha sido el apoyo al movimiento Me Too en el foro digital?
Más que eso, habría que preguntarse qué hizo que Me Too despegara cuando lo hizo y por qué tanta gente se siente inclinada a apoyarlo o respaldarlo. Después de todo, ninguna de las acusaciones (específicas o generales) son terriblemente novedosas. ¿Por qué es de repente un problema? El evento desencadenante, la gota que colmó el vaso, fue el reportaje sobre Harvey Weinstein. Lo que causó el estallido de la prensa y que la gente gritara ya basta. Pero este tipo de explicaciones son inútiles, porque devuelven a la pregunta: ¿qué hay de diferente en este momento? Tanto en Me Too como en Never Again (el movimiento anti-armas relacionado con el tiroteo de Parkland) una gran parte de lo que está ocurriendo es que ha habido un cambio repentino en ciertas normas sociales. En el caso de Me Too, la norma que obligaba a las mujeres a guardar silencio ante el comportamiento depredador de los hombres se ha disuelto rápidamente.
Con toneladas de ingeniería mediática, sospecho.
Cass Sunstein escribió un artículo (Unleashed) en el que cuenta la historia. Un pequeño número de norm entrepreneurs (¿qué es?), contrarios a la forma en que se protegía a hombres como Weinstein, decidieron trabajar activamente para cambiarla. Esto generó lo que Sunstein llamó una norm cascade, que no es más que un aluvión de réplicas y contra-argumentación, que socavó y acabó desmantelando la norma existente. Y otra vez: ¿por qué ahora? Dice Sunstein que lo que determina si un empresario tiene éxito o no depende mucho de sus condiciones iniciales: quiénes son, cómo se comunican y en quiénes pueden influir. Es como encender una fogata: hay que empezar por algo ligero e inflamable (las redes sociales) antes de pasar a los troncos grandes (los medios, la propia sociedad…) algunos de los cuales pueden estar húmedos o podridos. Cuando The New York Times y The New Yorker fueron a la imprenta, las acusaciones de hacía tanto tiempo contra Weinstein de repente tenían cosas a su favor: una, el prestigio de las publicaciones que las respaldaban. Y dos, a través de las redes sociales los acusadores pudieron llegar a todos al mismo tiempo. Se creó comunidad. En lugar de susurrar en secreto, podían gritar en público. Aquellos con el listón más bajo para la violación de normas podían responder con sus propias historias, lo que llevó a otros con listones más altos a ver cuán grande era realmente la mayoría silenciosa y añadir sus propias voces. Después de años de actuar con impunidad, Harvey Weinstein se encontró sin amigos e indefenso (aunque aún puede evitar la condena). Los medios de comunicación social, especialmente esa ley de la selva que es Twitter, desempeñaron un papel crucial.
El mundo parece haber matizado esa cultura del miedo que infligió Al Qaeda en la primera década del s XXI. ¿Lo esperábais así cuando publicasteis en 2004?
Hubo una caricatura en The New Yorker que circuló poco después del 11-S y que mostraba a un hombre en un bar diciéndole a su compañero algo así: «Tal como yo lo veo, si no tomo un segundo Martini los terroristas ya han ganado». Esa forma de pensar formaba parte de un escepticismo generalizado tras el 11-S sobre el teatro de la seguridad y otras narrativas oficiales. Esa actitud saludable ha desaparecido en gran medida porque el 11-S fue hace mucho tiempo y la gente ha olvidado lo que era viajar sin quitarse los zapatos. Y por supuesto, se ha visto envuelta en un populismo de derechas muy poco irónico que ha atacado a los musulmanes, si no como terroristas, al menos como amenazas.
¿Por qué esa especie de fascinación de parte de la izquierda con el terrorismo islámico?
Porque considera que luchan contra los mismos enemigos: la opresión capitalista, el imperialismo occidental y más generalmente, el individualismo alienado del consumismo. Como hasta Francis Fukuyama dijo, el fin de la historia podía ser un lugar muy solitario. Así que fue común, tras el 11-S, ver a figuras prominentes de la izquierda expresar una gran empatía por los argumentos, cuando no directamente por su comportamiento, respecto a los terroristas islámicos. No fue una gran sorpresa ver a Al-Qaeda y sus compañeros de viaje como meros agitadores, o saboteadores, de la cultura.
«Trump es, en muchos sentidos, el presidente más distintivo que jamás haya tenido Estados Unidos»
¿Qué mensaje lanzó al mundo la elección de Donald Trump en 2016?
Creemos que mucha gente fuera de Estados Unidos hizo una lectura muy simple de la situación: “Los estadounidenses son idiotas, Trump es un idiota, así que por eso lo eligieron”. Por supuesto hay algo de verdad en esa caracterización. Me he cansado de escuchar a los liberales lamentarse como si Trump fuera un extraterrestre que aterrizara de un planeta lejano y no una figura profundamente estadounidense. Alguien que ejemplifica de muchas maneras aspectos importantes del carácter estadounidense, tanto de sus partidarios como de sus detractores. Trump es, en muchos sentidos, el presidente más distintivo que jamás haya tenido Estados Unidos.
Y esa caracterización, ¿no ha evocado un efecto llamada en Europa?
Es importante que los europeos reconozcan cuán profundamente defectuoso y frustrante es el sistema político estadounidense. Es esencialmente irreformable. Ningún Estado europeo es así. Las democracias europeas son mucho más dinámicas, con aparición de nuevos partidos, declive de los antiguos… Y finalmente, Estados Unidos tiene una administración pública de baja calidad casi única, con un gobierno que es legalista y demasiado coercitivo. Es muy fácil amar al gobierno cuando se vive en un estado del bienestar europeo feliz, pero mucho más difícil amar a tu gobierno cuando eres estadounidense. Por eso hay un gran número de frustraciones con el sistema político. Como votante, la idea de enviar a un matón contra la tienda de los chinos de la esquina, a alguien realmente perturbador, puede no sonar completamente loca. En este caso probablemente no fuera una buena idea, pero hubo mucha gente perfectamente racional que pensó que lo era. Nada de esto tiene un mensaje particular para el resto del mundo, o para el destino de la democracia. La mayoría de la política es local, y la elección de Trump fue en gran medida una respuesta a los problemas domésticos. Además, permítame que le diga: si los europeos tuvieran tantos inmigrantes ilegales como los Estados Unidos, toda Europa habría sido tomada por partidos radicalmente aislacionistas hace mucho tiempo.
De la agenda actual, ¿cuál es el tema hipócrita por excelencia?
Probablemente el cambio climático. Eso sí, es importante recordar que no era parte de nuestra agenda en Rebelarse vende el llamar hipócritas a los izquierdistas. Esta es una interpretación de nuestro argumento al que siempre nos hemos resistido. Lo que intentamos demostrar es que la izquierda contracultural estaba en manos de la falsa teoría de la sociedad, lo que les hizo malinterpretar la forma en que la lógica de la acción colectiva conduce a un comportamiento colectivamente contraproducente. Y aunque no hay duda de que somos bastante hipócritas sobre el cambio climático, esa no es la causa del problema. El problema es la lógica contraproducente de los problemas de acción colectiva.
Rebelarse vende puso en negro sobre blanco la impostura y cómo la gente finge compromiso con políticas inclusivas o de identidad. ¿Dónde estamos 15 años después?
Es interesante observar la evolución de las políticas de identidad y darse cuenta de que gran parte del comportamiento que la izquierda contracultural ha tenido hasta hace poco ya no está permitido. En particular, la fetichización de lo exótico, la adopción de prácticas indígenas y la romantización de la opresión por parte de los blancos privilegiados se ha convertido en algo totalmente más allá de la línea roja. Había un blog muy popular a finales de los 2000, llamado Stuff White People Like, que en muchos sentidos era un catálogo del consumismo rebelde, las prácticas contraculturales y las posturas de búsqueda de autenticidad que caracterizaban a la izquierda contracultural entre 2000 y 2010. Sería interesante volver a mirar este blog y ver cuánto de él se denunciaría hoy como apropiación cultural o simplemente racismo.
¿Aspira la izquierda al monopolio del fascismo?
No creo que ninguno de los dos dediquemos mucho tiempo a preocuparnos por el fascismo de izquierdas. Sí estamos profundamente preocupados por la censura general de la izquierda, por las diversas psicosis inducidas por los redes sociales a las que la izquierda parece especialmente vulnerable. Pero hay un largo camino entre eso y el fascismo real. Con la edad, hemos llegado a comprender mejor por qué algunas personas consideran que la izquierda y ciertas ideas son peligrosas, y por qué las personas de izquierdas son incapaces de entenderlo. Es increíblemente seductor imaginar que porque las intenciones de uno son buenas, uno es incapaz de hacer algo dañino. Sin embargo, la historia -especialmente la reciente- está llena de ejemplos de personas que han cometido actos terribles a pesar de haber tenido, en cierto modo, buenas intenciones.
¿Como, por ejemplo, en la búsqueda de justicia social, las políticas de género, el violento neo-feminismo quasi hembrista…?
Muchos de los proyectos de los que la izquierda está enamorada implican transformaciones bastante radicales de lo que conocemos como ‘naturaleza humana’. Lo justifican con que la ‘naturaleza humana’ no es fija e inmutable sino que es una construcción social, así que puede ser deconstruida y reconstruida. La construcción social, sin embargo, es un proceso intrínsecamente coercitivo. Como cualquier sociólogo puede decir, las normas sociales se hacen cumplir. Así pues, el proyecto de transformación no es un mero ejercicio de persuasión, sino que implica varias formas de castigo, formal e informal, a aquellos que no quieran seguir adelante. La complicación es que no sabemos cuán inmutables o construidos son los diversos aspectos de esa naturaleza. Las afirmaciones sobre la construcción social son básicamente dogmáticas: cuando alguien dice que el género no es más que una etiqueta no se está basando en la evidencia. Existe la preocupación de que a medida que intentamos cambiar esas construcciones, empecemos a encontrar resistencia (quizá los límites biológicos subyacentes). La izquierda interpreta esa resistencia como consecuencia de traidores y enemigos, malos actores que se resisten al cambio social. Esto a menudo va acompañado de un llamamiento para que se hagan intentos más agresivos de buscar y castigar a los responsables. Esto es un peligroso malentendido, y explica por qué la izquierda tiene una tendencia a seguir cazando brujas.
¿Y cómo repercute en su avance?
Se necesita mucho más que ideas peligrosas para pasar de esto a un movimiento político violento u opresivo. Hasta ahora, la creciente santurronería e intolerancia de la izquierda la ha llevado directamente hacia el autosabotaje. Los demócratas en Estados Unidos, por ejemplo: todo funciona bien mientras se mantengan alrededor del 47% de la intención de voto. Tan pronto se acercan al 50%, las fuerzas dentro del partido se ponen a trabajar en lo que resulta la pérdida de un par de puntos, lo suficiente para ser derrotados por los republicanos. Y luego, claro, echan la culpa al gerrymandering (¿qué es?) porque, ¿cómo iba a ser su culpa que sean continuamente superados por locos?
No mandan pero dirigen el debate…
Quizá sea lo más sorprendente desde la publicación de Rebelarse vende. Steve Bannon, exdirector de campaña de Trump, lo dejó muy claro. Su análisis de la situación política y estrategias de la izquierda fue básicamente idéntico al nuestro, solo que él pensó que, al optar por la política cultural, la izquierda había adoptado la mejor estrategia. «Mientras tomábamos Washington», dijo, «los liberales estaban ocupados tomando Hollywood». Así que la derecha controlaba el Estado pero la izquierda controlaba los instrumentos de producción cultural.
¿Así que ahora la contracultura es de derechas?
El problema que argumentó Bannon era que la cultura era tan hostil a la derecha que ésta necesitaba adoptar una nueva política cultural, recuperar el territorio que se había perdido. Angela Nagle ha escrito un gran libro sobre esto, Kill All Normies, señalando que la mayoría de la gente no entiende que la alt-right es esencialmente un movimiento contracultural. Tal vez lo más importante que tratamos de hacer en Rebelarse vende es que la política contracultural, como celebración de la ruptura de las reglas, no tiene un valor intrínsecamente izquierdista. Pero si las reglas que se violan son las que protegen a la gente del daño, entonces romperlas es todo lo contrario a progresista. Este análisis se ha visto justificado por los recientes reajustes políticos.
«Es la derecha la que ha empezado a celebrar la ruptura de las reglas, particularmente en redes sociales»
¿Sobre la autocensura y la corrección política?
El retorno de la corrección política a la izquierda ha significado que, cada vez más, la izquierda está obsesionada con imponer más y más reglas sobre el comportamiento (público) de la gente. Mientras tanto, y en parte como reacción a esto, es la derecha la que ha empezado a celebrar la ruptura de las reglas (particularmente en redes sociales, donde es imposible hacer cumplir esas reglas). Esto es lo que cuenta Nagle: mucho del lenguaje racialmente ofensivo que hay online -y es asombroso lo ubicuo que se ha vuelto- no significa que seamos esencialmente racistas: los niños, por ejemplo, lo ven simplemente como romper las reglas. Romper las reglas de la corrección. Es más: a mayor control intentan ejercer las escuelas sobre cómo hablan entre sí los niños, más explícitos y vulgares son cuando entran a jugar online entre sí.
Entonces habrá una segunda parte de Rebelarse vende…
Todo esto es un acontecimiento totalmente inesperado, en lo que respecta a la forma en que veíamos las cosas en 2004. Creo que es totalmente coherente con el análisis básico que ofrecíamos de la contracultura, de hecho si hay algo que prueba nuestro punto de vista es justo ese cambio inesperado de paradigma. La contracultura de derechas era más algo conceptual, ninguno de nosotros esperábamos que se materializara. Sobre la segunda parte, se podría escribir un libro sobre los últimos quince años. Nosotros no, somos demasiado viejos, ya no nos mezclamos con los niños. Cada generación debe librar sus propias batallas.
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