13 Reasons Why: Golpe al mundo blando

13 Reasons Why The Last Journo

No hay éxito sin trascendencia y no hay trascendencia sin ruptura. Muchas veces lo que distingue la discusión de lo relevante no es qué tengamos delante sino si somos capaces de enfrentarlo sin que esto ponga en duda nada menos que nuestra existencia, por ejemplo. Es lo que ha ocurrido con la serie de Netflix 13 Reasons Why, en la que la protagonista se quita la vida tras grabar y facilitar a sus compañeros y amigos un conjunto de cintas de cassette en las que los señala como impulsores de esta decisión. Esta adaptación de la novela homónima de Jay Asher publicada diez años atrás (2007) ha llevado a televisión no sólo la problemática constante del suicidio adolescente -un tabú con cierta visibilidad en esta época- sino también, y esto es distintivo, la persistencia del acoso cibernético (ciberbullying, si se prefiere).

Lo ha hecho, además, con una soltura monstruosa: todas las escenas sensibles son explícitas -están debidamente advertidas al espectador- y en su edición original no cupo censura. Como producto audiovisual, eso sí, el 13 Reasons Why de Netflix se autorregaló licencias narrativas fuera de la obra escrita en la que se apoya, motivo básico por el cual el libro no fue tan referenciado entonces y sí ha logrado repuntar tras el éxito de la serie, de modo que ha terminado siendo, junto a ésta, censurado y criticado por hacer, y cito textualmente, «apología del suicidio». Una versión catastrofista, aunque respetable, que han hecho estudiosos y profesionales de la psicología a lo largo del planeta, condenando a la serie a la fama por referencias y provocando, entre otras cosas, que Netflix vaya a desarrollar una segunda temporada de la misma que a nivel narrativo no se sostiene en su precedente literario.

13 reasons why netflix

Pese a que es indudable que 13 Reasons Why no es una serie al uso, el yugo sobre su práctica e idoneidad también ha recuperado el no tan antiguo debate de la hiperreactividad de un mundo blando a problemas evidentes que a diario son silenciados, cuando no despreciados, precisamente por los principales responsables de su análisis, persecución y solución. En otras palabras: que Hannah Baker, la protagonista, enseñe al final de la serie cómo cortarse las venas en una bañera -escena con la que todos, y digo todos, hemos vuelto la cara- no es tanto una invitación al victimismo como, al contrario, una muy poderosa -y se ve que muy efectiva- moraleja.

Jay Asher, autor del libro y ahora principal valedor de la adaptación (aunque en el libro Hannah Baker se suicida de una manera mucho más plácida), ya tuvo que defenderse de miramientos similares en 2011, cuando el brutal reflejo en carne y hueso era una utopía: pero la expresión tan sincera y obvia de una plaga actual que amenaza la estabilidad de los grupos de riesgo ha desvelado cómo el mundo sigue sin estar preparado, en esencia, para abordar por su nombre muchas de las certezas que de otro modo ampara. De eso va en resumen 13 Reasons Why -tanto libro como serie, y especialmente ésta, donde los mensajes a la conciencia del espectador son recurrentes-, de reavivar una batalla que se regatea. En Canadá, Nueva Zelanda o Australia se ha debatido su emisión y en Reino Unido, donde existe una legislación estricta en lo referente al suicidio en medios de comunicación, se discutió si mantenerse o no al margen de la cuestión en plataformas de pago. Es habitual, además, que los artículos sobre la serie se incluya al final un pequeño directorio profesional al que remitir inquietudes:

13 Reasons Why Sydney Morning Herald
Cierre de un artículo publicado en el Sydney Morning Herald australiano el 28 de abril de 2017

La duda que se plantea un neófito es simple: ¿es para tanto? No es una cuestión sobre la altura del formato, que pertenece a otro ámbito, sino sobre la dispar pero también cauta reacción que su estreno ha provocado en el mundo. La «romantización» del suicidio, la presentación de la muerte como escape, la imposibilidad de gestionar los silencios y conflictos alrededor, ¿cómo han caído en el mundo blando?

José Antonio Luengo, psicólogo educativo y secretario de la Junta de Gobierno del Colegio de Psicólogos de Madrid, alterna capotes y capones en The Last Journo: «La exposición a escenas de suicidio explícitas por poblaciones de riesgo o grupos de personas afectadas por una profunda insatisfacción o sintomatología depresiva puede suponer una influencia claramente perniciosa. Los procesos de identificación desplegados y las consiguientes vías de consideración de escapar de la situación que tanto dolor provoca deben ser tenidas muy en cuenta, y por tanto, controladas». Apuntala: «Esta circunstancia es especialmente preocupante cuando hablamos de adolescentes, por supuesto». Luengo, que también es profesor en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid, atribuye razón a sus colegas estadounidenses de la NASP, y además apoya la necesidad de buscar una salida limpia a la problemática: «Hemos de hablar del suicidio en nuestra sociedad, pero hemos de hacerlo con tino, profesionalidad, sin estridencias, sin excesivos detalles. No podemos seguir ignorando una realidad tan cruel. Y ahondar en los métodos preventivos, que existen y dan sus frutos. Visibilizar el suicidio desde la versión cabal de las circunstancias, de los datos, pero, especialmente, desde la acción preventiva».

Una de las cosas que más llama la atención a los espectadores, lectores o seguidores de 13 Reasons Why es que, en su despedida, Hannah Baker olvide repartir su porción de culpa a unos padres superados por la hiperactividad tecnológica y social de su hija. El tipo de padre más pasivo que no es más que el primer filtro por el que pasan actitudes infelices que sí deberían alertar: «Los padres tenemos una gran responsabilidad: somos sus referentes desde que nacen. Sus referentes como modelo, y como estilo educativo. Acompañamos su desarrollo, aportamos pautas, corregimos, apoyamos, supervisamos, animamos, reprendemos… Facilitamos, en definitiva, una manera de estar en la realidad, de interpretarla, de responder a la misma, de modificarla, incluso», razona Luengo.

«La tolerancia a la frustración es un parámetro fundamental en el desarrollo de esta mirada al mundo que nos hace seres individuales y, casi siempre, predecibles. Por eso es tan importante reflexionar específicamente sobre las condiciones en las que van creciendo nuestros hijos, cómo leen la realidad, cómo afrontan los retos, las dificultades. Y cómo toleran que no siempre, claro, las cosas van a salir bien…». Hannah Baker sí apunta, en su última cinta, al director del centro que podría haber hecho más: «El trabajo del profesorado es imprescindible, asimismo. Y hemos de considerarlo desde una perspectiva complementaria, ligada a contextos diferentes donde la experiencia de las relaciones interpersonales y la convivencia se teje en procesos planificados, reglados y vivos de enseñanza y aprendizaje», apunta José Antonio.

«La sobreprotección genera más miedos de los deseables, dificultades para asumir retos con la suficiente autonomía; provoca patrones de respuesta tibia y escasa implicación ante las responsabilidades»

Luengo ha venteado un tema, el de la tolerancia a la frustración, sobre el que se habla en términos demasiado amables en la actualidad. ¿Es la hipersensibilidad demostrada con ‘13 Reasons Why un indicativo de una sociedad menos capacitada para solucionar problemas? «Yo tengo pocas dudas a este respecto, la verdad. Hemos mejorado como sociedad en muchos aspectos, pero entiendo que éste precisamente no es uno de ellos. La sobreprotección es un hecho en nuestra realidad social. La sobreprotección genera sin duda más miedos de los deseables, más inseguridad, más necesidad de cuidado y atención más allá del tiempo razonable. Genera dificultades para asumir los retos que van llegando con la suficiente autonomía. Provoca también patrones de respuesta tibia y escasa implicación ante las responsabilidades. E inconstancia e indecisión desproporcionadas».

Por eso Luengo no enfoca el debate sobre la teatralidad de la obra sino sobre su mensaje. Conoce del gusto televisivo: «Es una serie típicamente americana, con sus estereotipos, ritos y cánones. Me parece desproporcionada en algunos aspectos, comportamientos, situaciones descritas, pero es lo que hay: estamos en la sociedad del espectáculo y hemos de impresionar con las imágenes, exagerando su configuración lo que sea preciso. Me inquietan las escasas referencias a la resolución pacífica y saludable de los conflictos. Y el modo en que se describe una realidad trágica que la protagonista se encarga de ubicar en el escenario, también, de una venganza».

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Con las cartas de la hiperreactividad y la de la temida espectacularidad televisiva sobre la mesa, José Antonio Luengo apuesta en cambio por dar un voto de confianza no sólo al tema de debate sino también al visionado de 13 Reasons Why como ejercicio especial: «Sí entiendo que padres y profesores debemos ver la serie, preferentemente con ellos a nuestro lado. Creo que para los centros educativos, determinadas escenas o situaciones pueden ser muy formativas, tras el debate y la reflexión en grupo».

Además, es optimista respecto a la intercepción del bullying -y de su ominosa variante tecnológica- en España: «Existe un nuevo enfoque, y se están moviendo los resortes para hacer de la convivencia pacífica, esperemos que de modo definitivo, el corazón de la vida de los centros educativos. Proyectos, planes, programas y materiales no faltan. He de reconocer el esfuerzo que equipos directivos, profesores, alumnos y padres están haciendo para lograr que las cosas giren en un sentido claramente positivo. Pero esto no es fácil, porque estamos ante una enfermedad social, no escolar».

Esta reversión del problema primero -la visibilización del suicidio con libro de instrucciones- acaba, cuando se somete a revisión justa y sosegada, en oportunidad: la oportunidad de ofrecer al mundo blando que habitamos un escape medido y justo sobre el que profesionales, detractores y dolientes puedan trabajar sin que llamar a las cosas por su nombre, y respetar sus aristas, desvaríe en una cuestión puramente televisiva.


En España, el teléfono contra el acoso escolar es el 900 018 018; también puede contactarse con asociaciones como ANAR (91 726 27 00) o con el Colegio de Psicólogos de Madrid (91 541 99 99)

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