Westworld: Ya están aquí

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Si algo resulta inquietante para el espectador de Westworld, la nueva superproducción de HBO, es la verosimilitud con la que plasma el desarrollo de la inteligencia artificial, una realidad incipiente que, en un futuro no muy lejano, afectará a la forma de vivir de las personas y que planteará retos de una enorme trascendencia. La fabulación en torno a la invención de artilugios o criaturas humanoides ha sido una constante a lo largo de la historia. En la mitología griega encontramos referencias como las de Hefesto, dios de la forja, que creó las Kourai Khryseai dos autómatas de oro con apariencia de mujer; la del perro autómata de Jason y los argonautas encargado de cuidar la nave en su ausencia; o ya en la antigua tradición hebraica la figura del Golem, el ser de arcilla creado por el rabino Löw.

También la literatura nos ha provisto de relatos de seres inertes posteriormente dotados de vida. Quizás los dos más celebres el Frankestein de Mary Shelley (1818) y el Pinocho de Carlo Collodi (1882). Ambas historias dejaban constancia de las consecuencias de jugar a ser Dios, plasmadas en el infortunio del estudiante de medicina Victor Frankenstein y del carpintero Geppetto.

Consciente de la amenaza implícita en la gestación de vida artificial, Isaac Asimov escribió Runaround (1941), un cuento en el que expuso las tres leyes de la robótica: la primera determinaba que la acción de un robot no podía provocar daño a una persona, la segunda que un robot debía obedecer la orden de un humano y la tercera que debía preservar su propia existencia. Estas normas eran jerárquicas, de tal modo que la primera prevalecía sobre las siguientes y la segunda sobre la tercera.

La UE aprobó una resolución que instaba a la creación de un marco legal para «garantizar que los robots seguirán estando al servicio de los seres humanos»

Los preceptos de Asimov fueron adoptados por gran parte de los autores de ciencia ficción. La tensión argumental de Westworld se fundamenta en el contexto de esas tres leyes aunque también en la incertidumbre de que tampoco suponen una plena garantía. En febrero de 2017 la Unión Europea aprobó una resolución que instaba a la creación de un marco legal para «garantizar que los robots están y seguirán estando al servicio de los seres humanos». En el informe se especificaba que aunque las tres leyes de la robótica suponían una referencia para «crear un marco ético general» resultaban «inadecuadas para proteger a la humanidad».

Quién sabe si los eurodiputados tomarían como referencia algunos de los ejemplos que el cine ha aportado al respecto. En la película Planeta prohibido (1956), el personaje de Robby el robot, diseñado para obedecer y no infringir daño a los humanos, no podía cumplir la orden de matar al monstruo, ya que lo identificaba como un alter ego de su creador. En Terminator (1984), la computadora Skynet concluye que la mayor amenaza para la humanidad es la propia humanidad y por lo tanto ordena su exterminio.

Pero con independencia de las contradicciones surgidas de la confrontación lógica de las leyes de Asimov, la mera existencia de una entidad con una capacidad superior a la de los seres humanos siempre implicará un riesgo. En 2012, la Universidad de Cambridge fundó el Centro para el Estudio del Riesgo Existencial, a bien de explorar las nuevas tecnologías que tienen potencial de extinguir a nuestra especie, con especial énfasis en la robótica. También asumieron esta amenaza los más de 1.000 científicos y expertos en tecnología que en 2015 firmaron un manifiesto alertando del peligro de los llamados «robots asesinos», armas autónomas programadas con inteligencia artificial que están desarrollando las principales potencias mundiales. El texto fue secundado por celebridades como el astrofísico británico Stephen Hawking quien, unos meses antes,  advertía de que «los seres humanos, que están limitados por una evolución biológica lenta, no podrían competir con la inteligencia artificial y serían superados por ella».

Westworld 02
Foto: ancensored.com

Dada la magnitud de las ambiciones desplegadas en dicho ámbito, cualquier desliz  podría suscitar unas repercusiones catastróficas, ya sea por intención del creador, por un fallo técnico o por una posible insurrección. María de Metropolis (1927), el primer androide aparecido en las pantallas, arremetía contra el pueblo inducida por su inventor el Dr. Rotwang. La versión original de Westworld (1973), protagonizada por Yul Brynner, es un buen ejemplo de conducta subversiva a raíz de un error técnico, aparentemente, achacado a un fallo del sistema. En la serie Battlestar Galactica (2004-2009), en cambio, asistimos a una rebelión de los cylons, robots al servicio de las personas, que terminan levantándose en armas contra su opresor, igual que ocurre en la trilogía de Matrix (1999-2003) con los ordenadores o en Blade Runner (1982) con los replicantes Nexus-6.

La toma de conciencia es el elemento nuclear de este tipo de saltos de guion. Seres artificiales que se sienten hostigados y que autónomamente reaccionan en pos de su propia supervivencia como se sintetiza en los míticos fragmentos de 2001: Odisea en el espacio (1968), con el supercomputador HAL 9000 conspirando contra la tripulación y, finalmente, suplicando clemencia antes de ser desenchufado.

Her Joachin Phoenix
Foto: artparasites.com

La percepción de la naturaleza de su realidad por parte de los anfitriones es precisamente uno de los factores que confiere un mayor nivel dramático a Westworld. Tanto que se hubiera agradecido un enfoque todavía más acusado sobre este particular desde el principio, sin forzar a los androides implicados a un cambio de registro a mitad de temporada del que, aun así, salen airosos. No obstante, películas de temática similar como Inteligencia Artificial (2001), Ex Machina (2015) o Her (2014) describen de una forma más consistente el desarrollo de la conciencia virtual y su relación con el entorno humano aunque, quizás, por estar liberadas de las muchas subtramas de las que también depende una serie.

Westworld dispone, no obstante, de un largo recorrido para poder dejar su impronta en una materia cuya importancia aumentará, en los próximos años, a medida que también lo va haciendo en nuestras vidas.


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Foto de portada: hollywoodreporter.com

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