Todo queda en familia

cristiano ronaldo 2018

Justo al terminar una de sus mejores temporadas a Cristiano le pusieron un micrófono por delante. Se paró como se para él cuando tiene el flequillo hecho un caracol, miró a la cámara con los ojos brillantes, empinó el gesto con esa sonrisa llena de sangre y soltó que la Copa de Europa debería llevar su nombre. Que a ver quién había metido más goles que nadie a lo largo del camino hasta Kiev. Y que había sido muy feliz en Madrid, como cuando uno por despecho alarma el corazón amado a propósito porque sólo quiere que le digan todo lo que lo necesitan para vivir.

Cantaba Carlos Cano que su María, la Portuguesa, era la alegría y era la agonía que tiene el sur. ¿Por qué canta con tristeza? ¿Por qué esos ojos cerrados? La naturaleza de Cristiano Ronaldo es jupiterina y dual. Lleva dentro de sí a un dios terrible y cruel que lo impulsa constantemente hasta más allá de su propio límite a costa de las convenciones y pequeñeces de los mortales. Es un dios bifronte, alegre y agónico. El límite entre sus dos almas nunca está claro del todo. Casi siempre se mezclan entre sí hasta resultar indistinguibles: por eso Ronaldo, un héroe atemporal y el mejor en lo suyo, también es objeto fácil de escarnio para el gran público.

Cristiano lleva dentro a un dios terrible y cruel que lo lleva hasta más allá de su propio límite

Cristiano deslizó que lo mismo se iba porque Bale había metido dos goles y era el hombre de la final mientras que su partido, sin ser malo, resultó mucho menos trascedente. El gol es la ley única del fútbol, sobre todo cuando es ganar o es morir. Él lo sabe mejor que nadie puesto que el gol es su forma de vivir. En realidad estaba contestando a una pregunta que nadie le había hecho ni tampoco le iba a hacer porque hace tiempo que él se ha ganado estar más allá de lo inmediato: ¿por qué no has sido el MVP de la final?

El arranque de folclórica forma parte de su personalidad. Es la misma forma de ser y de vivir que lo ha llevado a la cima. La misma personalidad que le hace asumir la responsabilidad del penalti decisivo en el último minuto; la que no le hace dudar cuando tiene que lanzar el quinto penalti de la tanda; la que tira de él hacia arriba en la competición histórica con Messi y el Barcelona. Cristiano es Cristiano. Jesucristo dijo: yo soy el que soy. Bale lo eclipsó en Kiev con un gol como el suyo en Turín, pero en la final, cambiando el sino del partido con el tercero también y acaparando el foco del mundo. Ronaldo tuvo cerca su gol pero se lo quitaron un defensa y un espontáneo. Las tonadilleras, que son emperatrices hechas a sí mismas con la arcilla de la vida, casi siempre contra la adversidad, la envidia y el obstáculo, llevan mal el compartir la colmena con otra abeja reina.

Las tonadilleras suelen presumir de independientes y defienden su estatus con altanería y fiereza. Pero sólo quieren cariño. Ramos se lo dijo a Susana Guasch en el mismo césped del Olímpico de Kiev: «Ya sabemos que a Cris le gusta dejarse querer». En eso consiste todo. En el año más irrelevante de Gareth Bale como jugador del Madrid Cristiano consiguió, por fin, su gol de chilena, ese empeño contra sí mismo con que se ha ido desafiando a lo largo de toda su trayectoria en el club. La cosa es que Bale se lo igualó en la final, el día D. Cristiano, a diferencia de Messi, se ha forjado como persona y futbolista en entornos desprotegidos y muy exigentes. Suele suceder con quienes lo han conseguido todo solos y en contextos casi darwinistas que desarrollan un sentido de la propiedad sobre el espacio en el que habitan, una patrimonialización de sus equipos: hay que dejar claro siempre quién es el jefe. El narcisismo es una herramienta del yo para reafirmarse continuamente sobre el territorio conquistado. La mano de la duquesa de Alba señalando la tierra en el cuadro de Goya. Esto es mío. Sólo mío.

Puede que haya más cosas que no conozcamos pero Cristiano ha probado toda su vida que tiende al histrionismo y a los melodramas públicos cuando su posición está amenazada, o él la cree así. El último año de Mourinho empezó con una confesión ante los medios de su tristeza. Además, Marcelo había dicho que Messi era el mejor. Son detalles que suelen sublevar a la opinión y a los hinchas porque se plantean los términos desde la arrogancia del aficionado que se cree cliente: ¡ser así, con lo que cobran! Pero la historia la construyen los individuos. El Madrid de Zidane es el mejor ejemplo de la influencia determinante de las personalidades sobre el destino colectivo. La sensibilidad competitiva de estos fenómenos los convierte en animales muy impresionables: una ovación del público, uno que pita en tribuna a pesar de que toda la grada anime, un titular en un periódico, pueden desencadenar tormentas de pasión y agonía.

Probablemente Florentino haya adoptado con él el papel de padre que regaña, amenaza, disuade y luego abraza indulgente. La cara de Ronaldo en la Puerta del Sol y durante el paseíllo por la Cibeles denotaba un visaje de contrición: el hijo que sabe que ha transgredido un límite, ha recibido el palo y ha captado el mensaje. Las emperatrices son como son pero además son imprescindibles. El Madrid, influido por su paternalismo presidencialista que está en su código genético, se conduce en estas situaciones como una familia antigua. De otra época y corte moral, como la canción de Loquillo. Desde Florentino hasta Ramos, los mejores tiempos de esta casa han tenido hombres de ideas claras y verbo ágil que no dejan crecer el fuego. Auguro que esta crisis tiene corto recorrido.

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