The Handmaid’s Tale: Distopía familiar

The Handmaids Tale HBO serie

La innegable y despierta erótica del apocalipsis ha vuelto a hacer de las suyas. The Handmaid’s Tale, adaptación de la obra homónima de 1985 escrita por Margaret Atwood (Premio Príncipe de Asturias de literatura en 2008), otra apuesta de HBO que sale redonda, funciona primero como advertencia fría y luego como lección a los nerviosos. La particular y fúnebre concepción del papel de la mujer en una sociedad devastada y teocéntrica a la que sólo se reconoce por sus restos, así como la crudeza narrativa audiovisual, han logrado por ejemplo que vuelva a asomarse a los templos un razonamiento portentoso de ubicuidad: el feminismo es una batalla para tomarse en serio, empezando por las propias feministas. Elisabeth Moss, que figura la protagonista absoluta del cuento, es en la vida real una activista responsable que en cada aparición pública y respuesta soterra los aspavientos y teatraliza lo justo la pelea que, en la serie, libra contra un planeta que sólo distingue entre mujeres viables e inviables en función únicamente de si son o no fértiles. Cualquiera diría que lo idóneo para ella, que ha aparecido en otras pantallas haciendo otras cosas, sería encasillarse en su lucha y sorber de ella hasta el tuétano. Nada por el estilo, y no porque su personaje en The Handmaid’s Tale no lo sirva en bandeja. Elisabeth Moss regatea bien, fuera de los focos, el rintintín de mercado que una contingente parte de la izquierda ha hecho del feminismo del siglo XXI, siempre un feminismo del primer mundo, frívolo para con realidades ajenas -cuando no directamente ignorante- y fundamentalmente sobreactuado.

The Handmaid’s Tale es una lección a los nerviosos, decía, porque tiende sobre una visión del futuro la espesa sombra con la que han jugado otras obras distópicas, algunas recientes: la infecundidad, como metáfora supina. Una sociedad árida, con natalidad secuestrada por las urgencias y las enfermedades, héroes huídos y mujeres aplastadas contra su naturaleza y a pesar de su trabajada liberación, expresada paradójicamente a través de cómo entienden su sexualidad. Durante la serie, la protagonista rememora en recurrentes flashbacks cómo de intensa y plena era su vida anterior, en la que parecía controlar una vida también a merced de un patriarcado negociado: pero sólo cuando redescubre el sexo a horcajadas, sin agenda, vuelve a sentirse viva de nuevo. Pese a estar apoyada en una novela de los años ochenta, The Handmaid’s Tale conjuga la irrealidad a lo actual, circunstancia que ha aprovechado la crítica para trazar una línea recta para con toda la narrativa de la era de la postverdad citada en artículos de tediosa ideologización como este en The Independent o este otro en The Huffington Post. Sólo un delirio de simpleza redonda explicaría que el mundo perverso creado por Margaret Atwood pudiera tener algo que ver con la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, pero así es, como ha ocurrido desde entonces con tantas expresiones artísticas, orgía de Los Oscars aparte. Sirva otro botón de ahora, como la última temporada de American Horror Story, serie de culto para los entregados al género de terror, que toma como partida de su argumento la noche electoral de noviembre de 2016.

Retozando en los sueños de destrucción, el lector de la novela compartía miedo y el espectador de la serie, hipótesis. La opción infinita de lo audiovisual acelera esa desagradable percepción dual de, por un lado, tener que afrontar el horror para contrastarlo, y por otro ser capaz de enfrentarlo con los dramas contemporáneos tramados en nombre de estos -ismos modernos sin que le afee la cara una mueca de decepción para con sus semejantes y aliados. No es un producto agradable de consumir sin pretensión ni mucho menos es apto para estómagos servidos de peleas disparatadas de globo acomodado. Cómo iba a serlo la atención a un mundo donde se silencia el sometimiento de la mujer a las jerarquías, o la categorización del servilismo sexual como apuesta de futuro y cohesión social. Vaya, cualquiera diría que una feminista occidental en ristre pudiera sentir lo mismo girando su cabeza hacia los regimenes de la otra mitad del mundo de hoy que enredándose en los teoremas de una ficción que revela cuán niños seguimos siendo delante del planeta que nos embute sus moralinas a base de integrarlas en la metabase de la ficción. El consejo que reproduce la adaptación de The Handmaid’s Tale, vitoreada pertinentemente por la a menudo hipócrita industria -muy bien considerada para los premios Emmy, siete nominaciones en total- invita no a discutir sobre quienes pueden permitirse el lujo de pararse a debatir si esto es ficción o molestia; también recuerda, de paso, cómo viven hoy, lejos de nuestros sofás y en planos divergentes a la televisión por cable, millones de mujeres sin amparo ideológico de pancarta.


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