Tenemos que hablar de Isco

isco real madrid 2018

Durante el proceso de descomposición, despedida y cierre que atraviesa el Real Madrid cada temporada, se ha revelado en la presente un componente extraño: el de la insensibilidad. La pose mortuoria con la que Isco Alarcón parece haber recibido el paso de Santiago Solari de interino a apuesta urgente prolonga ese estado de desesperanza que ya con las salidas de Cristiano Ronaldo y Zinedine Zidane amenazaba con templar una temporada en la que se pretendía lucha y diversión. En el Real Madrid contemporáneo casi siempre es lo uno a pesar de lo otro, con la diferencia de que la espiral del miedo -que no del silencio, pues es imposible- ha cuajado en el actual ejercicio donde siempre florece: la grada. Se prevé que la desafección de la masa sólo tiene una escapatoria inmediata, que resultaría de la conexión que acompañe a la deseada pero improbable caída de un profeta del florentinismo, o lo que es igual: un potencial Balón de Oro, un cromo, una portada recurrente de videojuego. Isco, por condiciones futbolísticas, podría serlo todo: pero algo ha fallado. Algo falla en su forma de celebrar el deporte de élite y sobre todo algo falla en la manera en que todos los entrenadores que ha tenido han creído mejor no construir nada en torno a él. Al contrario, por cierto, que en las fases recientes de la nueva España que iba camino de construir Julen Lopetegui y cuya saga ha rescatado ahora, con suerte dispar y dudas razonables, el Luis Enrique de los periodistas. La selección es para un rato y sólo en la victoria puede llamarse «de todos»: el madridismo es universal y contagioso, nativo digital y tradicionalista.

Independientemente de a quién dirigiera el malagueño sus aspavientos contra el CSKA en la última montería blanca arruinada por la lluvia, su caída de los pronósticos y las alineaciones es tan cristalina que hasta Solari, atacado por un eufemístico oportunismo inocente, parece a punto de detonar mientras se evade de las obligaciones mediáticas. El periodismo, consternado, tiene a mano su motivo predilecto: la anarquía. No en vano, Isco ha sido siempre un futbolista protegido porque en lo tocante a sus misiones pocas cosas se ha dejado por decir o hacer. En cambio, representa a toda una generación que amenazaba con dominar y está perdiendo el tono de manera alarmante. Suerte que en el fútbol todo tiene vuelta y arreglo, salvo la muerte en todas sus variedades. Quién sabe: cuando perdió a Cristiano Ronaldo, el Madrid se aferró a su historia como si su bibliografía no llevara la rúbrica iracunda del siete, arruinando todas las anteriores. Como el portugués consolidó el final de una era, las dudas con Isco, de los pocos llamados a envolver su salida con entretenimiento, podría interpretarse el punto y seguido a lo que querían que fuera un proyecto sin grietas y cuya viabilidad se tambalea. Los merodeadores de pasillo atribuyen la ruptura a la marcha del equipo, el capricho de la disciplina y el desgaste de un deportista habituado a enfrentarse a los intangibles de la rutina, de marcada abulia y con todo, titular en Cardiff y Kiev. Como intuye que merece algo mejor, no se ve en la obligación moral de renovar a diario su compromiso con esa promesa. Han pasado cinco largos años desde su fichaje y todavía tiene que ganarse a los preparadores, capear a los difamadores, encantar al público, llevar los contragolpes, ganar, gustar y si surge, golear: tareas excesivas para un titular con alma de suplente. Una sombra conocida y merecidísima que no le supone mayor carga que la que toca en quien se asume de paso. O quizá no: quizá fuera que la apendicitis de septiembre lo noqueó, que la decepción integral con Lopetegui hirió la cuadrícula emocional del grupo alcanzándole directamente a él o que la escasa solidez del equipo presente no admite condiciones. Pero mientras a Solari le parezca bien, Isco seguirá cayendo. Hasta que alguien lo rescate, dentro o fuera de Madrid y con todo lo que ello conlleve.

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