Sentarse con el agente

Gareth Bale Champions League 2018

Había trabajado bien durante el último mes después de un año para olvidar y por eso las casas de apuestas le calculaban una cuota baratísima como MVP de la final de Champions League, mérito que acabó logrando pese a participar, como suplente, exactamente 32 minutos y siete segundos. Fuera de los algoritmos, no mucha gente esperaba que la de Kiev fuera a ser la Champions de Gareth Bale, pero Zidane encontró hueco en el conservadurismo del Liverpool y el resto es, literalmente, historia: una expresión de talento preciso echado al aire en la chilena, otra de fe en el trabucazo que forzó el 3-1 y una tercera ocasión, también por el lado efímero, en la que rompió por velocidad rumbo al hattrick pero no acertó a definir porque desaceleró en la milésima errónea. Celebró los goles y el instante final eufórico por la descarga del momento, aunque en su mente descansara otro plan, en absoluto incompatible: Bale nunca ha parecido sublevarse más que contra sí mismo. Quizá sea por el tímido manejo del idioma, pero se ha reservado altisonantes durante cinco años y aun así se ha percibido siempre en sus revoluciones que necesitaba demostrarse continuamente que podía: convencerse a sí mismo era también conjurar a los detractores. El balón todavía humeaba cuando detonaba el segundo artefacto del postpartido: quiere revisar su situación no con el club, sino directamente con su agente. Cualquiera que haya amado o sostenido un sentimiento creativo alguna vez conocerá la sensación de asomarse a la decadencia cuando las reglas cambian en un tramo de tiempo inferior al necesario. Y para Bale han cambiado muchas cosas en el último Real Madrid de Zidane: la más relevante, que ya no es imprescindible.

A su incuestionable letanía de problemas musculares, que siempre han lastrado su capacidad de liderazgo regular, y que sin duda le habrán facilitado el tiempo de ocio necesario para titubear, Bale ha de sumar por decreto la razón más pura del hombre: su valor individual. Libre de amenazas físicas desde enero, Zidane le reservó únicamente un sitio en la Liga perdida en otoño para mantenerlo caliente y en forma. Pero en la competición más importante del mundo a nivel de clubes fue suplente por sistema: sólo en la vuelta contra la Juventus -partido aparentemente sentenciado en la ida- salió de titular, aunque en el descanso fuera sustituido de urgencia por Asensio. Esto acacbó evidenciando un cambio de estrategia -además de una independencia crucial en lo táctico- en la configuración del modelo ganador. Un futbolista del caché y mercado de Bale sólo se reserva para una competición perdida en curso si en el fondo de la libreta reposan o se averiguan otros objetivos, como parece ser el caso. Dolido y aún profesional, Bale digería una despedida en suspensión, porque sentarse con el agente no siempre es necesariamente sentarse con las comisiones y el dinero, como queda patente en este caso. Bale ha dejado de contar en lo relevante y eso no hay a quien se le escape. La discusión sobre el tiempo y el lugar se habría de reservar para un status de frialdad imposible de sostener si respetamos la fiereza de la propia naturaleza salvaje del hombre. Si no se deshace el enigma -y cuesta imaginar a Zidane comprometiéndose así con un futbolista intermitente-, sentarse con el agente irá mucho más allá de una somera cita con el diván. La confianza es el acuerdo más exigente de mantener en la vida, lo que aplica al fútbol por extensión. Y de una ruptura de equilibrio nunca se vuelve igual.

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