Otra de periodistas

The Post 2017

La épica del periodismo de tableteo de máquina y tabaco compulsivo golpea de nuevo, esta vez con el siempre socorrido pretexto de Vietnam, una de las más brillantes vergüenzas del mundo desarrollado y terror de la nostalgia patriota. En The Post vuelve, en visita exprés y agradable tras un tiempo de ausencia, ese periodismo cinematográfico de líderes respetados y de convicciones, no tan ajenos a la industria como se pretendiera pero igualmente kamikaze. Los pilares de esta tierra son Meryl Streep, en la piel de una Katharine Graham sobrada que abrocha el papelón de dueña al borde de la tragedia empresarial, y la voz de su conciencia, un Ben Bradlee (Tom Hanks) todavía por coronarse con su caso estrella (Watergate) que no se detiene hasta estrellar a The Washington Post contra el derecho a la información tan respetado en el orden constitucional estadounidense. Sobre todo a partir de entonces, juicio mediante. Como la historia es conocida el riesgo de adelantar acontecimientos de la película se ve drásticamente reducido, pero la icónica imagen de Nixon pataleando sin más alternativa que repartir vetos a la prensa libre es quizá uno de los ratos más gloriosos del cine de 2017. Más allá del tríptico de portada habría que detenerse en otros nombres de enjundia relegados en esta versión a papeles casi residuales: Daniel Ellsberg, detonante del filtrado de los documentos; Ben Bagdikian, editor que distribuye este material filtrado antes al New York Times y que pelea por hacerse valer contrarreloj: y también, por deferencia, Roger Clark, el litigante que hace de supervillano sudando por detener la serie del Post sobre los Papeles del Pentágono en beneficio, se supone, del grupo. Su estrategia más brillante es evadir la acusación del Gobierno por desacato advirtiéndoles que publicarán, lo que para Bagdikian, héroe sin capa de la película, constituye una «idea de mierda».

The Post 2017

El aquelarre periodístico se salva, estaba previsto, con el voto del tribunal favorable a la publicación de este material clasificado que una misma fuente, Dan Ellsberg, distribuye a dos cabeceras que pasan de competir a aliarse contra el considerado único enemigo: la mentira. La metáfora es redonda y convincente, en el marco del desasosiego que los resultados de la Guerra de Vietnam escupió a la sociedad y sobre todo del modo en que la opinión pública iba arrinconando sus motivaciones. Durante la fase de la promoción de la película se utilizó mucho el neologismo fake news, quizá para tirar ese hilo imaginario entre el pasado y el germen de hoy, tan aparentemente alejado de los ideales por los que lucha el titánico periodismo naíf. Meryl Streep se permite unas líneas cándidas al final, en clara referencia a esto, distrayendo al periodismo de la perfección pero alineándolo con la convicción. Como el colofón a la historia es tan orgásmico y sumerge a los estudiantes en un éxtasis de razón profesional, se tiende a olvidar cómo en un primer lugar los documentos llegan rastrillados y de casualidad a una redacción que se rebana los sesos en busca de titulares. El aprendizaje de The Post, como ocurría en Spotlight (2015) no es el método, sino el valor: el valor de perseguir una historia, de arrancársela de las manos al poseedor de la información -que, extrañamente, siempre coopera en los grandes casos mediáticos porque hay asuntos más importantes que la vanidad- y también el valor de retirarse si la historia no avanza. Pero sobre todo: recuerda que una filtración siempre es interesada y que son los periodistas los encargados de darle valor informativo, lo que en la actualidad ha perdido cabida frente a la avalancha de lobbies digitales, prisas y excusas, la verdadera Trinidad del periodismo del siglo XXI. Son varias las líneas de diálogo en The Post en las que se estudia la viabilidad del riesgo a tomar en función sólo de a cuánta gente pondría en peligro y sobre todo de si en la balanza, con o sin Nixon, acabaría pesando más a favor que en contra del país.

 

Pero hay más: The Post es una película sobre mujeres con la excusa del periodismo. No por nada Meryl Streep ha sido nominada por 21ª vez al Oscar por su interpretación de la primera mujer directora de un periódico en Estados Unidos: aunque todos la escuchan, nadie parece decidido a tomarla en serio a excepción de Ben Bradlee, a quien le mueve primeramente, como él mismo confiesa a su mujer, el bienestar de su carrera. Obsesionado con la exclusiva del Times, Bradlee presiona a Katy Graham a apenas unos días de sacar a bolsa, a precio más que competitivo, las acciones de un periódico que ha heredado de su marido y cuya prioridad es legar a su hija Lally, que en la vida real acabaría trabajando -igual que su nieta- en el medio. Katy percibe el ninguneo velado de los hombres de su alrededor, empezando por aquellos a quienes considera cercanos en el consejo de administración, y aunque ejecuta órdenes de manera fría y cerebral, acaba dando luz verde a la publicación de los Papeles del Pentágono en un arrebato que tiene más de víscera que otra cosa. Bradlee, ecuánime, también se lo reconoce, y al final de la película Spielberg no se guarda ningún truco al enseñar a Katy salir del juzgado siendo admirada por una multitud de muchachas que, claro está, sueñan con desempeñar esa profesión desde lo más alto, fantaseando con dirigir con mano firme y convicciones propias. Aunque no es para nada sutil, el corazón de The Post no es sólo el valor para con el periodismo sino para con la propia existencia de uno, a veces tan condicionada que hace falta recordar las mentiras sobre Vietnam para reflotarlo. La propia lectura de esta realidad es también sexista, porque ni la propia Katy Graham, con todo en su mano, toma una decisión únicamente profesional, sino que acaba dejándose llevar por lo instintivo. Suerte que el periodismo, aquel y el que hoy día aún toca notas en callejones, bebe fundamentalmente del olfato que el miedo siempre pretende atenuar.

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