Intrahistoria del admirado Lusail Stadium

lusail stadium 2019

El 2 de diciembre de 2010 y ante la estupefacción del mundo libre, Joseph Blatter destacaba la elección de Qatar como sede del Mundial de 2022. una fecha perdida en el futuro por entonces pero ya irremisiblemente viva en la agenda colectiva del fútbol. Desde el primer momento, la exótica posición del emirato enfrentó sensaciones que derivaron primero en críticas, luego en acusaciones y por último, en dimisiones y cambios radicales: la oleada de detenciones en 2015 en el ya célebre hotel Baur au Lac de Zúrich dinamitó el granítico Comité Ejecutivo de una corporación que se reveló organizadamente corrupta a todo el mundo empezando por el propio Blatter, empujado a la dimisión en 2016. Durante todos estos años, la elección de Qatar ha organizado el conjunto de acusaciones más insistentes sobre la viabilidad ética y operativa del FIFA, sin que del proceso de investigación se desprendiera amago alguno de revocación. Ni siquiera los procesos depurativos internos se plantearon como pretexto a un examen integral del torneo, ya entregado sin excusas a un país volcado económicamente en su organización. Las primeras reacciones a la elección fueron resueltas tan pronto como aparecieron: la fundamental, sobre la temperatura en Qatar en verano, resuelta con una promesa futurista que prometía estadios cubiertos y refrigerados. Una mirada al fútbol del siglo XXI que se acabó resolviendo con otra decisión mayor: la de emplazar el Mundial a invierno (se jugará durante 48 días entre noviembre y diciembre).

El Lusail Iconic Stadium, que se levanta actualmente en la ciudad ficticia y forzada de Lusail -también en construcción y a una media hora de Doha-, es el primer estadio de Qatar 2022 que contará oficialmente con ese sistema de refrigeración explicado en profundidad. Lo último que se ha publicado sobre su prestación es lo que convenientemente ha deslizado la organización, con la aprobación de las contratistas, y no va más allá de la acostumbrada frivolidad estética en vídeo. Sin embargo, y al igual que ocurriera con otras sedes del Mundial de 2022, el Lusail Stadium surca el tipo de intrahistoria cuyo seguimiento y denuncia tan poco favor hace a la credibilidad de la FIFA primero y la imagen del torneo después. En este caso, sin embargo, no tiene tanto que ver con el fallecimiento recurrente de trabajadores empleados en su construcción (como sí ha ocurrido durante años con otros estadios, principalmente el Khalifa Stadium: un horror de hacinamiento, explotación y perversión macroeconómica), sino con la pura consideración del obrero en un país de configuración libre y artificial regulado por el arcaico sistema kafala. Esta estructura favorece la reclusión de los trabajadores extranjeros (mano de obra casi gratuita) en pésimas condiciones únicamente a cambio del visado para participar en la vida económica, algo inevitablemente visibilizado desde que Qatar empezara a dar forma a las prometedoras sedes de su Mundial. Organismos internacionales, desde la Confederación Sindical Internacional (ITUC por sus siglas en inglés) hasta el Humans Rights Watch pasando por la Organización Mundial del Trabajo (OIT) en representación de la mismísima ONU, se han vaciado exigiendo a contratistas y empleadores una reforma integral del modelo que en concreto atañe a la vida de unos obreros vivos casi por accidente y que representan una importante proporción -se ha llegado a calcular que del 94%- sobre el total de personas implicadas y empleadas en dar vida al Mundial de 2022.

La ONU nunca respaldó la reforma laboral de Qatar: al contrario, renovó su compromiso de vigilancia por tres años más y advirtió: «las palabras bonitas y las buenas intenciones no son suficientes»

De los ocho estadios previstos para entonces, destaca especialmente en esta afrenta la elevación del Lusail Stadium, elegido sede del partido inaugural y la final y construido a la carrera exclusivamente para este torneo. Después de Qatar 2022, el Lusail donará parte de sus 80.000 asientos a proyectos de fútbol base presumiblemente derivados de la esperada y suculenta reacción del emirato al evento y su espacio acogerá, sin trazas altruistas, un híbrido entre centro comercial y galería de escuelas e institutos. Para gran parte de la prensa internacional, rendida al encanto de la hipótesis, pasó inadvertida la denuncia, en este mismo año, sobre cómo las promesas reformistas laborales que en concreto afectaban a la construcción de este estadio eran sistemáticamente incumplidas: una denuncia de Amnistía Internacional, recelosa de la voluntad real del país de revisar las condiciones laborales de la mano de obra extranjera. Sin embargo, sí tuvo buena acogida la reforma parcial del sistema kafala que firmaba que el patrón del obrero u obreros pudiera retener sus visados en caso de que estos quisieran abandonar el país.  Un importante sacrificio estético para Qatar, insignificante en el conjunto de  una ordenación de naturaleza opresiva.

En España se llegó a publicar: «Después de las fuertes críticas a Qatar por las condiciones laborales de sus trabajadores, la ONU finalizó recientemente una investigación en la que respaldó las reformas realizadas en los últimos dos años». Unas reformas sobre el papel que lejos de acabar con el sistema kafala, lo extienden revelando su legitimidad: nunca existió ese respaldo publicitado de la ONU. La OIT valoró positivamente, por deferencia diplomática, el compromiso de Qatar de velar por los derechos básicos del trabajador sin que la abolición del sistema kafala pareciera entrar en los planes del emirato a medio plazo. La portavoz de la OIT Catelene Passchier renovó la duda del organismo, admitiendo que la vigilancia de estas reformas se extendería por otros tres años (hasta finales de 2020: ya han consumido el primero sin mayores progresos) y enfatizando «que las palabras bonitas y las buenas intenciones no son suficientes». Una despedida que parece firmemente alejada de la comunión de la ONU con las reformas de Qatar 2022. El resultado más destacado en español sobre esta suerte de posverdad fue publicado en AS, medio propiedad del grupo Prisa de cuyo accionariado participa International Media Group, razón que convirtió a su consejero Khalid Thani al Abdullah Al Thani en vocal de su Consejo de Administración. Más allá del conglomerado político, o más bien a costa de éste, es razonable y constante la duda sobre cómo lidiará, desde este punto de difícil retorno -y aun más sensible represalia- la organización de Qatar 2022 con el control al que sigue sometido por parte del grueso internacional. Ni siquiera las bellas imágenes de esa proeza técnica y geopolítica que es el Lusail Stadium puede desviar la atención de cuánto le está costando en materia de derechos humanos a la FIFA sostener la elección del emirato como casa del fútbol en 2022.

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