Hablando del futuro

Gareth Bale 01

Con la desenvoltura de un nómada y la mirada de un prepúber, Gareth Bale reordena su equipaje para la cuarta pretemporada completa con el Real Madrid, equipo al que pareciera que debiera algo a pesar de sus esfuerzos por condensar todos los títulos de la época del risorgimento madridista. Cumple 28 años, edad propicia para definir si el equipo podrá encomendarse definitivamente a él como líder o si por el contrario acabará pasando a la historia como escudero. Hace un año, Alberto Egea dejaba escrito esto: «Esperar a que (Cristiano Ronaldo) caiga del todo para que ceda el cetro de mando sería hipotecar la plenitud de un jugador bestial (Gareth Bale) del que buena parte de su margen de mejora pasa por darle ese reconocimiento». En las semanas anteriores, el galés había tomado las riendas de un Madrid huérfano que peleó hasta el final como siempre y levantó en Milán la Undécima Champions; soltó todos los músculos de sus piernas para llegar fino a la Eurocopa que le obsesionaba y fue de los más destacados del torneo hasta que precisamente Cristiano se topó en su camino. En plenitud, táctica y física, no se reconocían demasiados futbolistas con su estimulante determinación y en definitiva el verano de 2016 se presentaba como el lugar esencial para la cesión del testigo, más cuando a la vuelta del estío Cristiano llegó a tardar más de la cuenta en encontrar la forma, recordando esta necesidad natural de administrar herencia. Sin embargo, tampoco fue el mejor año de Gareth: lastrado por las lesiones como casi durante toda su carrera, se diluyó hacia la mitad del curso para terminar desapareciendo en dos momentos puntuales. Uno, una dolencia que lo dejó en seco en abril, tramo donde el Real Madrid suele cerrar la mayoría de sus cuentas cada temporada; otro, cuando una mala decisión -más una peor interpretación arbitral- cercó su reaparición con una sorprendente tarjeta roja que facilitaba a Zidane la llave de su a posteriori insuperable gestión. En total, Bale cerró el curso habiendo disputado sólo once partidos completos.

La incógnita a su regreso, junto al innegociable paso del tiempo, hace presagiar que volverá a contar de inicio pese a los carteles y no es que la voluntad de Zidane se preste tampoco a mucho escudriño. Es una de las consecuencias de ganar dos Champions League en tus dos primeros años como entrenador, que revisten tu criterio de algo más incógnito que cualquier fobia. Ni la incorporación del excelente Dani Ceballos ni la invasión de Marco Asensio al fútbol de élite amenazan, de inicio, el bien ganado lugar de Bale en la jerarquía blanca: aun con las dudas a cuestas, él sí puede contar que ha sido decisivo en varios de los momentos cumbre del madridismo en las últimas cuatro temporadas y a pesar de su bagaje, aún parece repleto de soluciones. Zidane no tiene muchos jugadores que se presten a lo que el galés: readaptar sobre la marcha mecanismos puros de ataque para fijarse en defensa, sostener al rival únicamente con su presencia, trabajar en la misión sin que la cesión de pirotecnia le suponga un problema real. Es el futbolista que da forma y carrete al 4-3-3 preferido del entrenador: un perfil difícil de igualar en la plantilla al que sólo se acerca, todavía en desarrollo, el referido Asensio. Sin él, Zidane ha podido probar hasta el dibujo con defensa de tres y carrileros, pero también ha incitado a Cristiano, que era el que se iba, a recordarse como goleador. La baja de Bale la pasada temporada coincidió no sólo con el empuje total del resto de la cuadrilla en su ausencia: también con la detonación goleadora de un Cristiano ávido e inalcanzable en muchos de los renglones que visten. 28 años es una edad adecuada para destacarse como en un club que ahora quiere sostener su proyecto en el talento joven: Bale está a tiempo para posicionarse y dar ese paso adelante que le piden los cobradores del prejuicio. Lo mejor es que ya se ha demostrado capaz: lo peor, si lo hubiera, es que su caprichosa musculatura lo volverá a amenazar. Es el precio pone el fútbol a los mortales que juegan en la liga de los superhéroes, peaje que el galés paga sin mirar.

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