Génesis

genesis the last journo

Cualquiera que se precie justo y ordenado formará siempre del lado de la verdad en la medida en que esta, como herramienta del hombre, articula la sociedad con escaso margen de error. Por eso cualquiera en sus cabales es capaz de identificar -no siempre de reconocer, por lo del sesgo ideológico- la responsabilidad de los cargos políticos en sus errores, si no de representación, al menos íntimos pero con coleo en lo público. El marcaje mediático al caso del máster fantasma de Cristina Cifuentes en la URJC servirá de ejemplo. Un destello de corrupción sospechada que asoma por encima de la generalidad, de forma que se ha tomado con especial interés por excepción cuando está definitivamente lejos de esa categoría. La corrupción política es una lacra de difícil acceso por todos los significantes que comporta, también para la cúpula periodística. Es importante recordar que el periodismo de verdadera acción no está entre pasillos sino en la guerra; en los pasillos elucubra el periodismo de café y filtración. Ese periodismo reverenciado de investigación por los aspirantes y los ajenos que no es más que administración de la información interesada de terceros en función del ordenamiento de juicios y valores que gobiernan cada casa. Sin embargo, esta parcialidad no es suficiente como para desacreditar, ni mucho menos, el ímpetu y la decisión, aunque no siempre libre, de cubrir escándalos peculiares. Menos aún si estos dan resultado de forma, al menos, ejemplarizante.

Otra cuestión es el cinismo. El cinismo es un vicio humano muy próximo al sesgo ideológico, y como el sesgo ideológico, se dispara sin control. Estos días ha sido entrañable observar a protagonistas de la sociedad exigiendo a Cristina Cifuentes un paso a un lado por, a la vista de los implicados queda, redondear con declarada abulia algo tan personalísimo -y no siempre definitivo para los candidatos- como su curriculum. El curriculum es una fotografía de plástico a uno mismo. Sólo hay que darse un paseo rápido por Linkedin para comprobar cómo funciona, en la imaginación de las personas, el cuidado manejo de las palabras para describir lo insignificante. Todos sabemos ya en qué mundo nos manejamos, aunque el periodismo de filtración necesite y merezca cobrarse figuras públicas con las que desahogar estos complejos. La única amenaza del lugar Cifuentes no es su más que aparente mentira, que es otro de los estadios públicos de la administración: es el modo en que se ha desnudado, cualquiera diría que por sorpresa, lo accesorio de los accesorios a la educación superior y también su caprichoso y profético reclamo luego en las líneas de educación. Ni que decir tiene el sitio en que queda la URJC en concreto, pero ojalá y pronto cualquiera de las demás, favoreciendo la formación de las élites. Unas élites, por cierto, de las que toman parte todos aquellos capaces de permitirse un curso, master o lo que surja, no becado por sus méritos o pagado íntegramente con el sudor de la frente propia. Así que ojo con los diretes de dignidad.

Sin embargo, la luz sobre el máster de Cifuentes hay que enviarla a lo que podría llegar a significar este fenómeno periodístico sobre la marchante precariedad de la profesión. Si es verdad, como parece, que el periodismo de anécdota y hemeroteca es el mejor consumido por un usuario adormecido y secuestrado ya completamente por sus prejuicios, es más que probable que al alba de esta explosión profesional pasen a hacer falta, por arte de magia, muchos más periodistas de los que operan en medios hoy. Algunos de los cuales, por cierto, también han sido colocados ahí para no molestar, en el mejor de los casos, o para obstaculizar en el peor. Habrá merecido la pena si existe repunte de investigadores como génesis de una sociedad verdaderamente comprometida con la razón y la legalidad, que repudie, persiga y pruebe la corrupción hasta en la más nimia de sus representaciones, que puedan con la firma de sus contratos y nóminas justificar el desembolso en líneas de formación. La titulitis no está en el sistema, está en la sangre y en la firme convicción de la psicosis infundada. Cifuentes, en todo caso, no necesitaba nada de esto. Siempre es una alegría que el periodismo haga su trabajo aunque sea por boca y trabajo de otros, lo excepcional llegará después: ¿estamos seguros de que queremos poner el listón de la corrupción, por lo que implique a nivel de instituciones, en la falsificación de un máster? ¿No es pagar por acceder a prácticas en empresas una falsificación en sí misma? ¿Alguien ha fracasado alguna vez en cualquier cosa que primero implicara obligación de pagar para destacarse? Llevamos la corrupción en la solapa, sólo queremos colgar algunas brujas.


Foto | rtve.es

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