Cuarenta

Sevilla Real Madrid Copa del Rey 2017

Hasta la llegada de Zinedine Zidane se asumía como regla explícita que existen cosas que, por definición, no pueden durar: Sabina decía la pasión, pero también la alegre burbuja laboral precaria, o los horrores mediáticos definidos como modas, el invierno y el mismísimo Real Madrid. Un amplio espectro de aficionados al fútbol ha descubierto ahora que el Real Madrid sí puede durar, como rescata para la historia su ejemplar récord de 40 partidos consecutivos invicto, hasta ahora sin comparación en el fútbol español de élite. Como a un clímax muy perseguido, al récord se llegó a través de la agitación de los sabidos valores del madridismo de Zidane: lucha, resiliencia -un día próximo esta palabra dejará de verse, morirá como el edelweiss, pero ahora es cuando hay que usarla: es como hacerse un selfie de cintura para abajo- y homogeneidad. El Sevilla de Jorge Sampaoli plantó cara en Copa pese al 3-0 de la ida en el Bernabéu y peleó un resultado que quedó en 3-3 en el 93, minuto ya mágico que el nacionalbarcelonismo ha apellidado «minuto de la flor». Después de que Kiko Casilla, inconmensurable en su regular labor de estar a la altura, salvara una goleada segura, Benzema aprovechó los últimos segundos del partido para fintar con la cintura, llevarse un rebote y ajustar al palo el logrado empate que devuelve al Real Madrid a la cabeza del fútbol español, en lo contante y lo sonante.

La onerosa virtud del Zidane entrenador ni siquiera se tambaleó pese a las entusiastas y despreocupadas embestidas de un Sevilla que se jugaba los aplausos y la vanidad: con James, Modric, Isco y Cristiano en casa y Bale pedaleando para recordar a su tobillo que es una causa y no una consecuencia, los blancos -que fueron de Cigarreras en Jueves Santo- subsistieron a la contra tras el descanso, al que se llegó 1-0 (Danilo en propia puerta). Danilo sigue siendo un futbolista indudablemente importante para momentos en los que no se requiere demasiada presión, al menos hasta que parte de su afición aprenda a respetarle y él comprenda que el fútbol es esto. Que se lo digan si no a Ramos, vilipendiado por los suyos a los que recuerda en cada triunfo extraño y ayer verdugo cinturón en mano, a lo Panenka y sin filtros ante la prensa. Tolerancia cero con quienes igual se arremolinan en manada que pierden el respeto voz en cuello a la familia del futbolista más importante que ha dado su club -aunque vacilo en lo de otorgarles una predilección concreta tan refinada- en la historia. Los Biris, como otros cuyos nombres son perfectamente públicos, son tan lacra como los que arrojan mecheros, botellas, vitorean banderas extrañas o escenifican impunemente odios aparentemente patriotas que beben de la sangre de inocentes asesinados en tropel. Allá la conciencia histórica de cada cual.

Volviendo a lo mundano, la satisfacción de contemplar al Sevilla suicida de Sampaoli persiguiendo la manita ejerció de acicate para revalorizar el empate final y el consecuente hito. En un partido en el que lució especialmente Casemiro en su rol habitual de negar el fútbol al contrario yendo al balón -luego se regaló algunos cambios de banda espectaculares, incluso con su pierna menos hábil-, quedó para el recuerdo una carrera magnífica de Marco Asensio que fue la que puso el 1-1 y por tanto la celebrada tranquilidad en la eliminatoria. El chaval de 20 años recogió un despeje en un córner en su campo, salvó una entrada con un autopase y atravesó el campo con una conducción del lado zurdo que sólo he visto en los últimos diez años interpretar con tanto talento a un sólo jugador. Luego pisó área, burló otra patada y marcó. Su periplo hasta el empate recordó tibiamente a aquel legendario sprint del ínclito Gareth Bale en Valencia que desató los tendones de Marc Bartra, ahora recogido en un rincón del fútbol europeo. Jovetic e Iborra lanzaron un 3-1 que hasta el añadido amenazaba récord pero no resultado global, hasta la comentada reverencia de Ramos a los idiotas y el regalo de Benzema a su inimaginable valedor -que lo cedió al banquillo de inicio-. El abrazo coral visitante tras el 3-3 exaltó otra novedad: la del éxtasis a través del sufrimiento. Aquí no pierde nadie.

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