F de Vendetta

feminism 2018

La maldad no es exclusiva del hombre, pero al menos una vez al año se hace prioritario, en un marco de progresismo al peso, declararse salvaje. Aunque la pulsión de la competitividad sí es un rasgo humano, su conjunto en las sociedades civilizadas se ordena por cómodas categorías, cada una de las cuales culpabiliza a un género de la anomia que amenaza al otro. Como es imposible depurar las particularidades para inferir de ellas una generalidad justa y real, el producto que acaba necesitando el público viene en bloque granítico sin identidad, y es su peso el que al final lo hace creíble. La histórica y muy representativa marcha de la mujer del 8 de marzo en España redondea la escena del prejuicio, extendiéndola a falacias contra una sociedad, imperfecta como cualquiera por definición, de una altura moral consistente. Curiosamente, debe ser esta solidez la que en último término ampara manifestaciones que parten de un número para acabar en un sonido, sin honestidad basal pero de adhesión felizmente multitudinaria. Es la primera batalla ganada, la del silencio por imposición contra el lema social, y también el primer hito financiero. La lucha contra el presunto expolio vital a la mujer en España no se sostiene en lo particular, pero es extremadamente sencillo convertirla, y sin esfuerzo, en la lucha de todos los individuos, incluidos aquellos que concurren al bulto sin ánimo de descodificar el ruido de sus conductas. Cualquiera que se precie civilizado marchará contra la violencia, el abuso, el dolor o la sangre, amenazas reales contra la integridad del sujeto, pero elegirá, y no libremente, cuándo manifestarse por lo discutible como la brecha salarial, la conciliación laboral, el libre mercado y la incorporación de derechos civiles que en muchos casos sólo estructuran gustos y visiones del mundo. En lo segundo siempre toman parte, sin que los notemos apenas, los grupos de presión subvencionados y los medios de comunicación que dan nombre, y sobre todo color, a lo que sentimos.

Sorprendieron durante la jornada de huelga y marcha de la mujer en España dos asuntos no menores que levitan por separado pero proporcionan una sólida base conductual en conjunto. El primero, la manida condescendencia del proclamado sexo opresor en los medios. El seguimiento de la huelga entre periodistas mujeres fue un éxito si nos atenemos a las reivindicaciones de las redes sociales, pero por si no fuera suficiente, atribuyendo inconscientemente a la mujer una posición muy inferior, los compañeros que resistieron en las redacciones no pararon de recordarlas como si más que en legítima huelga estuvieran sencillamente desaparecidas. «Nos está costando mucho sin ellas», repetían cada cinco minutos en cadenas privadas aparentemente muy sensibilizadas con el discurso de la igualdad. Como nadie hace públicas las nóminas -porque, recordemos, las particularidades rasgarían muchos prejuicios-, es imposible saber si los machos condescendientes están igualmente sensibilizados con el discurso de la brecha salarial, partida de la indignación. Una disposición acrítica a este comportamiento lo interpretaría en beneficio de la mujer cuando en realidad venía dado por la natural superioridad despectiva del machista genuino. Pero hay más: resulta que la jornada sirvió también para que aleteara una ola de vindicación contra hombres malvados del pasado, sobre todo exjefes. Este vaciado de frustraciones profesionales sin contexto en el contexto de una marcha aparentemente festiva y apolítica acabó reforzando otro prejuicio: el de la venganza. Hombre y mujer son igualmente vengativos, tanto que sus fuerzas bidireccionales se abrazan en lo genérico. Estigmatizar por géneros es haber vivido muy poco o, en el peor de los casos, haber vivido en una dirección rentable dentro de una realidad paralela. Arrastar condenas a la loable -veremos si coherente- marcha de la indignación, como han pretendido grupos organizados e individuos con sus hipérboles y sus fake news, es asaltar a la inteligencia media. Y muchos, creyéndose al lado de la realidad, están en verdad cebando extremos. Por si fueran pocos.


Foto | Renata Fetzner

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