El cónclave y el nosotros

Por norma, un equipo de fútbol no necesita patriotas hasta que cae en un prestigioso torneo de selecciones. Entonces, los habituales marchan sin concesiones y muchos de los agnósticos forman en una suerte de destacamento oportunista y desfigurado. En este segundo grupo se alimentan, también por norma, los periodistas que a su vez se configuran en estratos según variables tipo experiencia, cercanía con los protagonistas o diámetro o permeabilidad del filtro profesional. No falla que siempre que España se cita con otros países en una misión internacional únicamente deportiva, despierte en la prensa un arcaico lenguaje plural, de pertenencia y orgullo, que durante el tiempo que dura el torneo en marcha aplica sobre cualquier voz disidente y toma nota, con turbios ecos revanchistas, de los escépticos. Un lenguaje que se hace protagonista salvo si del otro lado llega alguna llamada de atención, como ocurrió de hecho en este Mundial cuando Thiago Alcántara pidió a la prensa española «hacer autocrítica» para inmediatamente después sugerir que algunos titulares no se habían ajustado lo suficiente al análisis objetivo de los hechos. Entonces, los periodistas vieron la ocasión pintada para fingir su paso a un costado.

Esta vez ha sido diferente a todas porque los periodistas han contribuido activamente al desengaño, pero distanciándose del error para no redondear las sospechas. Así, pese al reconocido pacto de caballeros que la prensa refrendó en Rusia para aislar del debate futbolístico el indivisible componente psicológico -sentimental, si se prefiere-, no han sido pocas las veces que a los profesionales de la comunicación se les ha escapado, entre grietas imperceptibles, la evidencia queda del acercamiento por parte del nuevo presidente de la RFEF, Luis Manuel Rubiales, en busca de consejo. Incluso lo han llamado cónclave, lo que también arroja otra idea, otra vez desubicada en el tiempo, de a qué altura consideran algunos las relaciones interinstitucionales sobre lo que los más inocentes quieren seguir llamando sólo fútbol. Por supuesto, las consecuencias de estos acercamientos son imprevisibles y en el mejor de los casos únicamente supondrán la pérdida de credibilidad e integridad de unos cuantos y la desconexión final de una gran parte del pueblo del que debería ser su equipo en las grandes citas internacionales.

Si una de las Españas más ricas y completas de la historia no ha conectado en Rusia contra rivales de reconocida y notoria entidad inferior, ha sido única y exclusivamente por el alud de improvisación y amateurismo que ha amenazado a los actores. Unos jugadores cuya burbuja de por sí ya es lo suficientemente frágil y delicada como para además exponerla a cambios esencialmente rupturistas en vísperas de un gran torneo. Como quiera que sea que la prensa y muchos de los agnósticos hacen fuerza por repartir responsabilidades para dormir en paz consigo mismos, es del todo inútil debatir, en frío, por intentar ganar un ápice de razón en cualquier consulta. Ese es otro poder del cuarto poder: orientar, de manera clara y perturbadora, el debate hacia un único posicionamiento. En política es más obvio porque afecta enteramente y en primer lugar a la administración y la agenda: en prensa, y no digamos ya la intrascendente deportiva, las conclusiones son más locales y por lo general, inofensivas. Únicamente revelan a sus protagonistas como hombres y mujeres de fe cambiante.

Que se demostrara que Rubiales mintió al lamentar que la RFEF no estaba al tanto de la negociación entre Real Madrid y Julen Lopetegui es algo que, directamente, ni se trata en el cobro de penas. Lo importante es pasar página. También es habitual: a una derrota contundente y a una decepción amarga le siguen, como parte del plan, voces autorizadas que imaginan y desean regeneración, en apariencia como observadores neutrales cuando la realidad es que en su discurso ya hay un posicionamiento legitimado, igual que en política, para mezclarse con el sistema y tomar las riendas. Cualquier periodista en el ejercicio de sus funciones que haya pisado al menos dos generaciones distintas conoce de primera mano lo mucho que se decide en los viajes de los equipos (y más en los de vuelta que en los de ida). Forma parte del chollo del periodismo de élite: pelear frecuentemente por sostener una estructura que para nada disimula su endogamia y el chirriante trabajo de sus máquinas. Por eso, sobre todo, en el uso del plural casi mayestático los periodistas ya están haciendo prisioneros, buscando patriotas de primera generación que los compren. Por eso la desconfianza y por eso la malversación. Por eso ni siquiera prender fuego a un proyecto trabajado durante dos años largos genera la indignación que merece: porque no hay, desde hace tiempo, un nosotros.

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