Contra el cinismo

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José Sámano, uno de los nombres socorridos de la sección de deportes de El País, contribuye con este violento pavoneo al libro ‘Cada mesa, un Vietnam’ que todavía tengo por reseñar: «Sólo he encontrado algo mejor que ser periodista: ser periodista deportivo». Impreso en buen papel queda hasta categórico. A la vez que cerraba esta lectura, encontraba un artículo de Roberto Palomar, vaca sagrada de Marca, publicado en los diarios de Vocento con motivo de su decimoquinto aniversario, en la que se cuestionaba, con un ruidoso cinismo, cómo de responsables son los periodistas de la, y cito el titular de la obra, «banalización de la información deportiva». Para escudarse, Palomar refriega unos párrafos de costumbres que abren el texto contando la persecución a la que le someten en los careos sociales una vez revela su identidad. Como quien oye zumbar en agosto, como si la acusación no fuera también con él, mimetizado plenamente en el ácido entorno del peor periodismo deportivo que se ha archivado en este país -digamos, sin atenuantes, el que muchos practicaron entre 2010 y 2013-, Roberto Palomar lanza una canita al aire y ésta se le cae fuera.

Hace unos años, en un acto celebrado en la Universidad Complutense, Palomar y otros tantos dieron una charla sobre periodismo deportivo. Aquel fue el trienio sombrío de las purgas en las redacciones y los aquelarres en los bajos fondos de la ciudad: José Mourinho, seguro que lo recuerdan, estaba acabando con todo. En el turno de preguntas, dirigí una a Roberto Palomar. Poco tiempo atrás, el periodista había sido demandado por el entrenador del Real Madrid por referirse a él, en prosa caústica, como «el típico personaje que se daría a la fuga después de causar un atropello». Lo que le pregunté era en realidad muy inocente: ¿puede ser que en algún momento de esta etapa se hubieran dejado llevar por fobias personales a la hora de tratar información en general, y el paso de Mourinho por Madrid en particular? Todos hicieron suya la respuesta, cada cual exhibiendo sus trapos calientes. Palomar respondió el último, y más fardón, acabó por decir que Mourinho no había «entendido el juego» con la prensa, y que de ahí los diretes.

Ahora Palomar se pregunta, en el marco del aniversario de un grupo de comunicación que ha recortado en personal y calidades durante la consabida crisis, cómo de responsable será este periodismo banal de masas de que el público les parezca idiotizado. Cualquiera con un mínimo de orgullo se lo podría responder y la conversación daría para rato, aunque no creo que Palomar quisiera quedarse hasta el final. La clave, a mi inocente entender, ha sido la complicidad siempre y sin remilgos para con unos editores que ya no ejercían y unos anunciantes asomados al patio esperando a ver de qué color era la sangre que les salpicaba. Ahora es tarde para pasar revista: a las opiniones de gratis, las malas intenciones, el secuestro de la información por el orgasmo rápido de la campanilla trivial, le ha correspondido la pérdida de credibilidad del lugar visible de un periodismo ya de por sí algo vacuo, siempre necesitado de complementos.

Cada vez que el periodismo deportivo español intenta reponerse, alguien cuela alguna necedad que lo tumba otra vez a ojos de una opinión pública, de mediana edad, que gracias a la posverdad revelada en redes sociales por estudiosos de la media mentira han llegado, en diferente grado magnánimo, a conclusiones propias. Otra cosa que he echado en falta todos estos años -durante algunos de los cuales he ejercido junto a ellos- ha sido el valor, no ya para plantarse frente al enemigo, sino sobre todo por sacar las huellas a los enemigos de dentro. No sé cómo ningún periodista de la sofocracia fue capaz, por ejemplo, de guardar silencio absoluto frente al acto abominable de Manolo Lama humillando en directo a un mendigo en televisión. Luego el propio Lama, abrumado por su la leltad de su legión, achacó el ruido mediático a «una campaña» contra él. Ojalá pudiéramos escribir que fue la única vez, echar el borrón y rehacernos. Palomar cita en el texto los ejemplos honorables de Panenka, Líbero o Perarnau, señalando la luna con el dedo, y no se explica cómo sus círculos no le hablan de ellos y sí de las notables fechorías de su rancio periodismo. Es fácil: ellos, los que se ven, nunca han querido ser así. Saben que no da de comer y tienen demasiado miedo a rebelarse, se saben demasiado viejos como para de pronto intentar dignificar lo que han sepultado.

Allá donde queden, que les aproveche. Pero, por decencia, que no sigan haciéndose preguntas cuyas respuestas saben de antemano.

Un pensamiento en “Contra el cinismo

  1. «Cada mesa, un Vietnam». Qué pretenciosidad. El periodismo como vigilante del poder, como defensor de los ciudadanos. Ya; pero, a los ciudadanos, ¿quién los defiende de los periodistas? ¿Los defensores del lector, como aquélla de El País que riñó a los que protestaban por la agresividad de su periódico hacia Mourinho? La metáfora sólo me parece defendible si identifica a los Estados Unidos con la gerencia del periódico.

    José Sámano: la mediocridad hecha periodista. Una vez, en un ejercicio de masoquismo encarnizado, me puse a contar cuántas muletillas, cuántos lugares comunes había en una de sus crónicas. Llegué a setenta (70), con todo y que fui benévolo e ignoré algunos casos dudosos.

    Roberto Palomar es sólo uno más. Entre todos, han terminado de hundir un negocio ya de por sí debilitado. Pero algo habrá de surgir, por fuerza, de entre la carroña de este periodismo.

    (Y yo no creo que Lama humillara a aquel mendigo. Creo que hizo una exhibición obscena de caridad, un espectáculo —algo muy español, por cierto—, pero que su intención no era ridiculizar a aquel hombre, sino ayudarlo).

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