Volar herniado

Bale

Desde que el diario Marca se rompiera la camisa frente a los designios hipocráticos olvidando por unas horas que eran medio y no fin, cotejando a la velocidad del sonido una información a medias, Gareth Bale ha crecido lo que sus frágiles fibras le han permitido, que ha sido suficiente. Mientras rezongaba sobre su precio el debate de toda una nación, secuestrando como es habitual por otro lado cualquier otro atisbo de coherencia que pudiera haber sumado a la heroica, aquel muchacho de Cardiff que destrozó una noche de Champions al Inter de Milán con un hattrick de goles idénticos crecía sobre sus zancos para extralimitarse como atacante total. No a la altura, porque es imposible, de los gigantes: pero si en un digno aparte con ellos. Sus casi incomparables habilidades físicas son su fuente, pero apocado como parece en lo social, también se presenta al público en la adversidad con una pulsión competitiva crucial, como cuando lanzó cojo uno de los penaltis decisivos de la tanda de la final de la Undécima ante el Atlético. Quizá este año, en el que además de levantar su segunda Champions en tres temporadas en Madrid, haya consagrado su nivel futbolístico complementando sus funciones de empleado modelo con las de líder patriota, llevando casi en solitario a Gales a disputar su primera Eurocopa, segundo torneo importante del país tras el Mundial de 1958. Para deshilachar la imponderable, se ha restado mérito a este sorprendente suceso con la chocante teoría de la democratización del fútbol de selecciones. Por suerte, siete goles y dos asistencias de un total de once tantos durante la clasificación valen todavía más que cuatro horas de tertulia y sesenta portadas del enemigo. Agrandado por sus notables éxitos dentro de las limitaciones contextuales que vive en club y selección, importante siempre que ha hecho falta y en silencio, como si se retirara a la montaña a dibujar parábolas y carreras por fuera del campo, Bale sortea la estulta charanga española a base de hacer historia con su equipo y su país. Cualquiera diría ahora, como se decía a su llegada, que no sabe jugar a esto.


Foto: AFP

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