Quien muere el último, muere mejor

Cualquiera que ambicione el encontrarle un sentido amplio a la vida, o más concretamente uno a su vida, puede ahorrarse el visionado de A Ghost Story salvo que realmente quiera encontrarlo. La película de David Lowery, acaso una de las menos convencionales de la década, responde a esta petición con una firmeza doliente y descorazonadora si nunca te has puesto enfrente de tu insoportable levedad. Muy arropada por la crítica, A Ghost Story aparentaba en sus primeras muestras audiovisuales poco más que un film anodino de sobremesa con notable reparto –Casey Affleck y Rooney Mara al frente- y luego resulta ser la antítesis en un universo paralelo: una historia fundamental y rica, muy reflexionada, no ya sólo sobre «la enormidad del tiempo» sino también con lo que nos espera en el más allá que el director, como otros, considera un inevitable. Queríamos cebarnos con otro producto envuelto en celofán de marketing en absoluto abrasivo para la industria, otro de esos onanismos independientes para los solitarios, y nos encontramos una firme mirada al espejo que nos devuelve nuestra propia mortalidad y desazón, recreándose en lo inmaterial y lo más mundano de los horrores del hombre: la irrelevancia.

A Ghost Story tiene un 92% de críticas positivas y un 7’9 de media en Rotten Tomatoes; en Metacritic sube a 84/100

Rooney Mara A Ghost Story

Para nada es un secreto o una sutileza que Lowery prefiera deprimir al especial espectador de la película con un relato lineal sobre la vida después de la muerte y su incumbencia. Al morir su personaje, el fantasma de Casey Affleck se acerca al principio a su pareja, Rooney Mara, en la casa que ambos compartían y donde ella era especialmente infeliz. Cuando Mara, ajena a la presencia del fantasma -que no interactúa, sólo vigila y sigue en paz el día a día de la mujer que nunca más será su mujer-, rehace su vida, el fantasma se enfrenta a un carrusel de inquilinos a los que va respondiendo con sinceros actos de desarraigo sobrenatural. Todo, mientras forcejea por sacar de una pared la nota que la propia protagonista escondió con un recuerdo intenso, manuscrito y fuera del alcance del espectador hasta pasado el final. Vagando con la pena, asimilada, del nihilismo en muerte, el fantasma viaja en el tiempo para encontrarse a sí mismo y descifrar, del modo en que sea posible, ese misterio para poder abandonar en paz el espacio que ya no le pertenece. La metáfora es cristalina, la ejecución es un regalo.

A Ghost Story

Como cabe esperar, A Ghost Story es una obra, por adelantado, para un público concreto dispuesto a aguantar, dado el caso, quince minutos de cinta sin diálogos o escenas icónicas como esa en la que Rooney Mara, todavía derrumbada, devora una tarta. Es una película exigente, por supuesto primero a nivel mental. Las alusiones a Nietzsche, su eterno retorno y la estética de la existencia -primero en el plano de la librería que el fantasma desbarata cuando Mara vuelve a acercarse a la carne humana, luego en un brutal monólogo de Will Oldham– entrenan para una catarsis final donde lo importante, más que la presencia, se revela como la paz en su acepción más genuina. El final es un viaje virtuoso, pero predecible -¿no lo es también la vida?-, durante el cual el fantasma pelea también por encontrarse cuando hasta ahora sólo se nos habían revelado como sombras ululantes. Y aunque la película se haga lenta y se figure tan especial, no se traba ni se contradice: recita un acertijo sobre el legado que cada uno quiere dejar, el rotundo fracaso de su utopía y la monstruosidad del tiempo que pasa, que nos aplasta también en muerte mientras en el desarrollo de nuestras líneas vitales únicamente nos dejamos apabullar por sustos.

A Ghost Story Nietzsche


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