Mi circo, mis normas

Luis Enrique Barcelona

El 4 de enero de 2015 algo cambió para siempre en el Luis Enrique que meses antes había tomado con decisión, correspondiente a su peculiar naturaleza, el cargo de técnico en el FC Barcelona tras la insípida era Tata Martino. Aquel día el técnico sufrió en carnes todavía blancas toda la razón de entrenar allí: decidió dejar en el banquillo a Neymar y Leo Messi ante la Real Sociedad y su equipo perdió. Ya había enfrentado críticas veladas antes -siempre desde la prensa que se dice al lado del club- pero la caída en Anoeta señaló a los fabuladores eventuales un camino que seguir: Luis Enrique tomaba decisiones, quizá demasiadas, en el lugar que desde 2004 ha sido casi siempre de Leo Messi y los menos discordantes de su alrededor. Fuera quien fuera el que los mandara, aunque indudablemente cada uno se ha esforzado -con mayor o menor ayuda de su cosmos- en salir en la foto con su mejor cara, esto es, en dibujar circulitos y pretender añadir cuestión intelectual a los éxitos culés. Lucho decidió no aceptar el juego de cartas envenenadas y se hizo fuerte en un concepto que ha desarrollado sin descanso con la templanza y causa que únicamente dan los triunfos: el circo. El circo mediático alrededor del fútbol, que existe y es un reclamo de aglomeración y una apuesta en firme -puede que la única certeza del país-. Enajenado, Luis Enrique ha pasado dos de sus tres años en Barcelona a la defensiva, socarrón, payasesco, incómodo, nervioso, invadido por una nebulosa que luego, ya muy al final de su etapa, pasó a controlar él. Se marcha en paz, con mejor palmarés que cualquiera y la valiosa arrogancia de haber operado en cierta independencia pese a saberse esclavo de límites muy marcados, causa primera ésta de la civilización.

Luis Enrique, en cambio, ha sido y con suficiencia un comediante más del embrollo barcelonista de los últimos años. Cuando achacaba banalidad a la prensa, lo hacía únicamente a la que lo cuestionaba tras días difíciles: cuando se salía del círculo para no dar titulares únicamente pretendía levantar la patita y marcar su territorio. Esa red de seguridad que tiende Leo Messi pone todo este tipo de apuestas personales muy fáciles a cualquiera con un mínimo de amor propio y carácter, pero a pocos se les escapa cómo de bien ha interpretado el técnico este papel de afectado por la trivialidad cuando, frente al fuego, ha sido siempre que ha podido el primero en danzar con un bidón de gasolina. Que nunca se atreviera a condenar actitudes muy condenables de los suyos -jugadores y directiva- destaca justo esa dimensión de falso atrevido que le ha permitido, entre otras cosas, surcar la ola del goteo de títulos culé en beneficio únicamente suyo y, si acaso, de los culés fantasma, que alguno debe haber. Siempre conforme con los mensajes nerviosos a rivales reales y especialmente dolido ante las preguntas sobre táctica y resultado, Luis Enrique únicamente ha demostrado una inteligencia especial en lograr camuflarse rápido en el conocidísimo entorno culé regalándose, con aspavientos, algunos pasajes de apasionado dramatismo. Su Barcelona ha sido el Barcelona del vértigo y la desatención, el Barcelona del caos y el contragolpe, de la defensa a medias y el mejor ataque del mundo: un equipo superior aun en coma, con opciones hasta en sus peores partidos y a la vanguardia de la laxitud estamental y administrativa. El lugar perfecto para destacarse como un buen actor.

El título de copa ante el Alavés (3-1) llevó de nuevo la firma de Messi, que ha ganado más de la mitad que ha disputado de azulgrana desde su debut en 2004. Cuando Luis Enrique dejó de tocar al argentino encontró la inspiración: meses después de aquella noche en San Sebastián, los azulgrana celebraban un triplete, Champions League incluida, con el que además el técnico barría los números de la referencia, peculiar y blanda, del que es referencia y medida de todas las cosas culés desde 2008. Eso recrudeció su relación con los medios, a los que observó desde arriba como nunca. Se le achacan únicamente eliminatorias de ritmo penoso, victorias in extremis, sobreexplotación del juego directo a la carrera de un Luis Suárez titánico bajo su mando: también él ha sido plenamente consciente de lo limitado de sus recursos en temporadas a setenta partidos y pese a ello siempre ha declarado vencido, sumiso y conforme. No le preocupa el futuro porque sabe que lo tiene; no muchos lo recordarán pasados los primeros meses del nuevo proyecto -la referencia siempre va a ser otra-, logrará matizar con el tiempo todos los números de su propio circo y al otro lado del debate permanecerá un Leo Messi contra el que la mayoría de las veces no se sabe competir, y que ha sido la primera y única opción de Luis Enrique, como de todos los anteriores, para defenderse. Por eso ha durado y por eso alguno hasta ha logrado respetarle, pese a las encarnadas dudas que el proyecto ha ido sangrando particularmente en este último año delirante.


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