La mejor manera de matar al monstruo

Dani Ceballos Real Madrid

Del Ancelotti que manejaba siete jugadores para los seis puestos por delante de la defensa en su último año en Madrid a lo que vimos el pasado curso habían transcurrido sólo dos temporadas. En este tiempo, demasiados jugadores que venían a sumar mientras crecían entrenando con los mejores se sobredimensionaron a unos niveles impredecibles en poco tiempo hasta encontrarse el club de forma sobrevenida con un monstruo de plantilla sin precedentes. Todo cambió el día que Casemiro se adjudicó contra pronóstico –todo hacía indicar que su rol principal sería el de recurso para cerrar partidos apretados– un puesto fijo en el once del Madrid y mandó a hacer cola a dos estrellas –Isco y James– que en principio se iban a pelear por un puesto.

El perfil único de Lucas Vázquez –muy útil en el Madrid de los centros laterales y la intensidad defensiva–, la valentía de un Morata ya maduro dándose una oportunidad aun sabiendo que asaltar el estatus de Benzema era una quimera, o la personalidad de Marco Asensio plasmando ya en plazas de primera –cuartos y final de Champions– lo que se le adivinaba que haría en tres o cuatro años, cristalizó en un plantel de una jerarquía que quizá solo volvamos a ver si acaba triunfando algún día aquella idea futurista de las sustituciones ilimitadas en el fútbol, tan defendida por entrenadores intervencionistas en el juego como Guardiola o Tuchel. Algo que extremaría todavía más el aglutinamiento de los mejores jugadores en ese oligopolio de equipos europeos cada vez más exclusivo, más que nada porque el reparto de minutos sería mayor y el jugar poco se atenuaría como causa para buscarse la vida en clubes inferiores donde encontrar más protagonismo.


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Que Cristiano Ronaldo respondiera como ejemplo a seguir en el ahorro de energía como idea colectiva, la capacidad de Zidane para entender lo que necesitaba el grupo en cada momento y el hecho de que el Madrid no encadenara una mala racha reseñable en toda la temporada –esa que hubiera abierto la veda para los berrinches de los disconformes– fue retrasando el estallido de una plantilla tendente a dinamitarse por su propia naturaleza. Porque se necesita saber mover muy bien los hilos y llevar constante viento a favor para que no pase nada en un vestuario en el que son suplentes el ’10’ del Bayern, el ‘9’ del Chelsea, el centrocampista del momento en Europa y el mejor jugador del campeón de la Eurocopa del verano anterior. Así que, por doloroso que fuera, el Madrid debía perder galones –y seguramente determinación–  para ganar salud interna.

Con Jesús Vallejo, Marcos Llorente y Dani Ceballos, el Madrid puede trabajar sobre la base de ese pedigrí competitivo que da hoy por hoy ser internacional español con las inferiores –donde cada jugador nacional parece tener sobre el césped tres años más que lo que dicta la realidad–, sabiendo que son jugadores con hambre para pelear, de una calidad exagerada, que carecen de un pasado que les permita demandar minutos y cuya revalorización está asegurada con la política de rotaciones de Zidane. Y con la tranquilidad que supone para ellos que el Madrid les espere, que respete los ritmos individuales de cada uno. Que Casemiro puede encajar a la primera, Varane retrasar su consagración cuatro años antes de lo que apuntaba o Carvajal dar un salto de calidad descomunal en cuestión de pocos meses, pero que solo la desesperación del individuo en cuestión puede cargarse su propio momento de la verdad, ese que de un tiempo a esta parte siempre llega en el Madrid si el jugador de verdad vale.

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