Entrenar al Madrid

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Días después de anunciar su marcha del PSG, Unai Emery explicaba en SFR Sport cómo había amoldado su plan inicial respecto al vínculo que quería crear entre él y el vestuario cuando dicho plan se había dado de bruces con la realidad: «Yo llegue a París y me instalé en una continuidad similar a lo que venía haciendo en el Sevilla. Pero me fui adaptando al equipo porque el equipo no se adaptaba a mi nivel de agresividad en el mensaje, de intensidad en lo que yo quería. Yo fui cambiando en función de ello con el equipo. El 50% del equipo respondía a ese mensaje agresivo; el otro 50% quería un mensaje más pausado, porque estaba acostumbrado a eso».

Entender las características del colectivo a gobernar, hacer un humilde ejercicio de realismo para reconocer el plano en el que quedas dentro de ese colectivo –escalafón que suele estar marcado por el prestigio, el carisma y la cultura de club– y modular el grado de exigencia de acuerdo a esa realidad es la tarea fundacional del entrenador. El ejercicio previo que abre las puertas a que el jugador acepte primero escuchar y luego comprometerse en el grado pactado. Sin esta base, todo el trabajo en bruto del entrenador, todo lo que tiene que ver con sus conocimientos sobre el juego (idea de juego, calidad de entrenamientos, planteamientos, dirección de campo, etc.), se va a tambalear. Porque una cosa es enseñar y otra aprender, y es difícil que aprenda el que no tiene predisposición a querer entender. El Madrid nunca te dejará ser un entrenador en la máxima expresión de la palabra porque los jugadores están antes. Querer dar muchas premisas tácticas a jugadores que convierten un mal centro en un gol de chilena por la escuadra no suele ser un buen arma inicial para conectar con ellos. Este privilegio sólo se le permitió a Mourinho en primera instancia y fue en estado de excepción, cuando en el club se asumió que ni juntando 22 divinidades individuales se podía hacer frente a la apisonadora colectiva que había creado Guardiola.

El Madrid nunca te dejará ser entrenador en la máxima expresión de la palabra porque los jugadores están antes (…) Este privilegio sólo se le permitió a Mourinho

Zidane, que fue vaca sagrada de ese vestuario, entendió esto como nadie. El Madrid es el único equipo del mundo que se construye al revés: se compra talento fuera de serie al por mayor, sin pensar en si son o no necesidades ya cubiertas, y a ese talento se le espera lo que sea necesario. La paciencia del Madrid es infinita desde los tiempos de Guti, ejemplo extremo en esta forma de actuar. Al ser la fila tan larga, el Madrid se puede permitir el lujo de tener abierta la puerta de par en par para los que no entienden que su momento no es este o para los que dejan de creer que habrá un momento. Y no pasa nada. El entrenador del Madrid –a este sí que nadie le va a esperar– debe hacerse cargo de este derroche y gestionar como no se haría en ningún otro vestuario ese juego de equilibrios entre galones –el que entiende que debe jugar por derecho–, merecimientos –el que mejor entrena– y necesidades del equipo –el que más te acerca a la victoria–.

El Madrid no sólo posee –por mucho– la plantilla con más calidad del mundo, sino que también es –por mucho– la que tiene más partidos gordos a sus espaldas, al punto de encontrarse con tipos de 26 años para abajo (Varane, Carvajal, Casemiro, Kovacic, Isco, Asensio o Lucas Vázquez) con dos, tres o cuatro Champions, goles decisivos en distintas rondas o penaltis lanzados en la tanda de una final. Jugadores que en un encuentro decisivo pueden cometer un error individual por las limitaciones que puedan tener como futbolista, pero a los que nunca les sucederá por sentirse presionados, ni por falta de concentración, determinación o atrevimiento.

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Con este abuso de plantilla, al Madrid le bastan ideas simples porque su complejidad radica en que es muchos equipos a la vez. La mayoría de jugadores sin estatus de titular en el Madrid (Bale, Isco, Asensio) serían la piedra angular sobre la que giraría cualquier proyecto grande en Europa. Y entre estos perfiles de nivel similar pero radicalmente distintos, cambiar a uno por otro –se altere o no el dibujo– supone modificar el equipo absolutamente –el jugador es táctica en sí mismo–, multiplicar variantes igual de dañinas y hacerse imprevisible a ojos del técnico rival.

El Madrid tiene varias batallas ganadas antes de empezar cada partido. Al Liverpool se le lesionó Salah y no tenía otra individualidad que le acercara al área. Al PSG se le lesionó Motta y tuvo que exponer a Lo Celso como mediocentro. Sin Neymar en la vuelta, el PSG no tenía ningún plan alternativo trabajado. Con la lesión de Robben, el Bayern tuvo que meter a Thiago, bajar el ritmo del partido y jugar a lo que no querían en un principio. En cambio, el proyecto del Madrid tiene vencida a la mala suerte antes de empezar. Cada contratiempo blanco en ataque no supone más que la muestra de una nueva variante ganadora, porque ellos no tienen imprescindibles para seguir siendo competitivos. Si a esto unimos que el rival del Madrid siempre va a tener más jugadores con porcentajes más altos de cometer un error individual, y que cuando el que lo comete es un jugador blanco el equipo responde con ese carácter asesino al que nada le afecta, encontramos que han de pasar muchas cosas para ganarle al Madrid un partido de Copa de Europa.

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