El vecino populista

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Por si no bastara con los obstáculos habituales dentro y fuera de las fronteras nacionales, al Real Madrid le ha crecido en las últimas temporadas una enemistad deportiva singular: la del Atlético de Madrid de élite. Un vecino que se autodescarta cada agosto y al que paradójicamente ha marcado, pero sin triturarlo, la desgarradora derrota en los dos momentos más importantes de su historia contemporánea: Lisboa y Milán. Después de la Undécima blanca, además, Simeone flaqueó por primera vez desde que tomara el mando: recortó dos años su contrato con la entidad, regando todo de duda, atendiendo de medio lado los acercamientos de terceros. Encajó ese discurso pretendidamente pesimista, aromado de resignación populista, autoconfirmándose. A su vez, estaba creándose el espacio necesario para recuperarse. Los dos títulos europeos de 2018, con goleadas y sin cesiones, consolidan su trayectoria. La Supercopa de Europa ganada al verdugo continental de excepción, al que sí se han habituado a dominar en lo doméstico, compone un precedente y lubrica en el momento clave la palmaria profecía de un año para creer en grande por encima de la retahíla acostumbrada de insistencia y persuasión. Y lo contrario en el Madrid: el contraste en Estonia con su rival sublima los miedos que el aficionado expresaba machaconamente tras la pérdida del referente goleador de la última década, por si no fuera la grada madridista lo suficientemente histérica.

Simeone conectó piezas nuevas y antiguas sin que esto influyera visiblemente en lo que en fútbol se conoce, con desmesurada petulancia, como idea de juego. Implicó en el once a tres jugadores (Lucas,Griezmann y Lemar) que llevaban una semana entrenando con el grupo, siendo este último además un recién llegado no al club, sino al fútbol español. Cedió el equilibrio a otro fichaje, Rodri, tensor del esquema y punto de apoyo de una segunda línea que, a la vista está, reclama protagonismo. Sin complejos. El gol de Ramos, que ponía por delante al Madrid, no cambió sino lo obvio: la entrada de Vitolo, futbolista de recorrido, por el propio Rodri. No a la desesperada, pero con urgencia. Cinco minutos después Casemiro abandonaba el partido tocado, oportunidad de oro para el propio Simeone de imponer superioridad en una zona del campo en la que el Madrid fía su continuidad competitiva sin alternativas. De hecho, la entrada de Dani Ceballos fue para Lopetegui la cristalina evidencia de su necesidad: Ceballos, como Kovacic -para quien el propio Lopetegui ha sugerido recambio- no contiene, desordena. Pero al contrario que Simeone, el técnico blanco no tenía demasiado más entre lo que elegir. Otra prueba indeleble de esto fueron los minutos a Borja Mayoral en la prórroga, contra corriente, como cuarto cambio. Un modernismo de eficacia por descubrir, como la del saque de centro en solitario. Lo mejor de los títulos de agosto es también lo peor: que lo magnifican todo.

Desde José Mourinho en 2010, ningún entrenador del Real Madrid ha ganado al Atlético de Simeone en su primer partido aunque dos finales de Champions y el pase a la final de la tercera (Cardiff) pesen lo suficiente como para desdecir cualquier impulso de frivolidad. La superioridad contra el Atlético es más que nunca una sensación sin garantías. El primer Madrid de Ancelotti, por ejemplo, no fue tan inferior en fútbol y pizarra contra un rival al que sí, embarró el sueño de Lisboa, pero del que sacó un punto de doce posibles en Liga en dos temporadas. Aquel agónico gol de Chicharito en el Bernabéu, para después toparse con Morata y Tévez, ayudó a maquillar una racha de numerología sospechosa. Sólo Zidane pudo enfrentarse a la frustración presentando sin reservas a Casemiro como hombre de ley, proyectando su inteligencia deportiva, bastante más impetuosa que su ego, en los partidos con espacios y metros libres donde más cómodo se encontraba el Atleti de contragolpe y envío largo. La responsabilidad de Lopetegui, además de vencer al conformismo (pecado capital de Benítez), es recordar cómo de tocado salió Ancelotti de sus recurrentes bandazos con los rivales más herméticos. Colgarse medallas de subcampeón en Europa después de tantos años podría bastar además para que el club abriera la mano, aunque haga tiempo que no estile la improvisación condicionada en caliente. Entretanto, el proyecto del Atleti tiende a lo normal: populismo en los medios y terror en la cancha. Un proyecto maestro sostenido en el tiempo que al Madrid, peor pagador de monsergas, se le sigue atragantando.

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